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Una bocanada de vida para el oxígeno medicinal

NUEVA YORK – La COVID-19 se llevó por lo menos 18 millones de vidas y nadie sabe a ciencia cierta cuántas de esas muertes se debieron a la falta de oxígeno medicinal. Los gobiernos no quieren hablar del problema, porque implicaría admitir que miles —o incluso cientos de miles— de sus ciudadanos murieron innecesariamente. Pero a menos que los sistemas de salud se ocupen de garantizar una provisión suficiente de oxígeno para el futuro, se arriesgan a repetir lo sucedido en los últimos dos años.

Mientras los países con altos ingresos ya trabajan para garantizar la disponibilidad de oxígeno medicinal, muchos países con ingresos bajos y medios (PIByM) seguirán requiriendo asistencia internacional. Las muertes por falta de oxígeno medicinal en esos países existían ya antes de la pandemia, porque las agencias mundiales de salud y desarrollo no se habían esforzado seriamente para ayudar a los gobiernos de los PIByM a cerrar la brecha entre las necesidades y la oferta.

Esta brecha es uno de los factores que subyacen a una mortalidad neonatal e infantil obstinadamente elevada, las muertes de adultos por enfermedades infecciosas y crónicas, y por heridas que requieren cirugía en los PIByM. En investigaciones publicadas antes de la pandemia se descubrió que 4 de cada 5 niños hospitalizados en Nigeria con neumonía no recibieron el oxígeno que necesitaban, y que el mero hecho de contar con oxígeno en las guardias pediátricas podría reducir un 50 % las muertes de niños.

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