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CAMBRIDGE – A pesar de que ha habido una reciente recuperación en algunos de sus Estados miembros, la economía de la eurozona sigue sin dinamismo, cuya tasa global anual de crecimiento del PIB para este año probablemente apenas rebasará el 1%. Incluso la tasa de crecimiento de Alemania es inferior a 2%, mientras que el PIB sigue disminuyendo en Francia, Italia y España. Además, este lento ritmo de crecimiento ha mantenido la tasa de desempleo total de la eurozona en un lamentable 12%.
El lento crecimiento y el alto desempleo no son los únicos problemas de la eurozona. La tasa de inflación anual de apenas 0.5% está ahora muy cerca de cero e incluso una agitación menor podría hacerla negativa y desencadenar una espiral descendente de precios. La deflación debilitaría la demanda agregada mediante un aumento del valor real (ajustado a la inflación) de la deuda corporativa y de las familias, así como a través del incremento de las tasas de interés real. A su vez, una menor demanda, provocaría una precipitación de la caída de los precios que los llevaría a una peligrosa turbulencia.
Hay pocos remedios, si acaso, en la economía. Sin embargo, una caída brusca del tipo de cambio del euro –digamos, un 15% – solucionaría muchos de los problemas económicos actuales. Un euro con menor valor incrementaría el costo de las importaciones y los precios potenciales de las exportaciones, lo que elevaría la tasa global de inflación de la eurozona. La devaluación también estimularía el crecimiento promedio del PIB de la eurozona mediante un impulso de las exportaciones y alentaría a los europeos a sustituir productos y servicios producidos localmente por productos importados. Aunque la competitividad en la eurozona no se vería afectada, un euro depreciado mejoraría significativamente el balance externo con el resto del mundo, que representa alrededor de la mitad del comercio de la eurozona.
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