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La desigualdad de las naciones

MILÁN – El economista británico del siglo XVIII Adam Smith ha sido largamente aclamado como el fundador de la economía moderna, un pensador que en sus grandes obras La riqueza de las naciones y la Teoría de los sentimientos morales dilucidó aspectos cruciales del funcionamiento de las economías de mercado. Pero las ideas que valieron a Smith su gran reputación ya no son tan indiscutibles como parecían.

Tal vez la más conocida de esas ideas sea que en el contexto de mercados funcionales debidamente regulados, la búsqueda del interés propio por parte de los individuos produce un resultado general bueno. Por “bueno”, en este contexto, se entiende lo que los economistas en la actualidad llaman “óptimo de Pareto”: un estado de asignación de recursos en el que es imposible mejorar la situación de una persona sin empeorar la de otra.

La tesis de Smith es problemática, porque depende del supuesto insostenible de que no haya fallos del mercado importantes; no debe haber externalidades (efectos no expresados en los precios de mercado, por ejemplo la contaminación); ni grandes diferencias o asimetrías en el acceso a la información; ni actores con poder suficiente para inclinar los resultados a su favor. Además, la tesis descarta totalmente las cuestiones distributivas (que el concepto de eficiencia de Pareto no abarca).

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