ATENAS – Las aspas de las turbinas eólicas en las montañas que se ven desde mi ventana están girando con especial energía hoy en día. La tormenta de anoche ha amainado, pero los fuertes vientos continúan, aportando kilovatios extra a la red de electricidad a un costo adicional cero (o costo marginal, en el lenguaje de los economistas). Pero la gente que hace un esfuerzo por llegar a fin de mes durante una crisis del costo de vida atroz debe pagar estos kilovatios como si fueran producidos por el gas natural licuado más caro transportado a las costas de Grecia desde Texas. Este despropósito, que prevalece mucho más allá de Grecia y Europa, debe terminar.
El despropósito surge de la ilusión de que los estados pueden simular un mercado de electricidad competitivo y, por ende, eficiente. Como sólo un cable de electricidad entra en nuestras casas o empresas, dejar las cosas en manos del mercado conduciría a un monopolio perfecto –un resultado que nadie quiere-. Pero los gobiernos decidieron que podían simular un mercado competitivo para reemplazar a las empresas de servicios públicos que solían generar y distribuir la energía. No pueden hacerlo.
El sector energético de la Unión Europea es un buen ejemplo de lo que el fundamentalismo de mercado ha hecho con las redes de electricidad en todo el mundo. La UE obligó a sus estados miembro a separar la red de electricidad de las plantas de generación de energía y privatizar las centrales eléctricas para crear nuevas firmas, que competirían entre sí para ofrecer electricidad a una nueva compañía propietaria de la red. Esta compañía, a su vez, arrendaría sus cables a otro conjunto de empresas que comprarían la electricidad al por mayor y competirían entre sí por el negocio minorista de los hogares y las empresas. La competencia entre los productores minimizaría el precio mayorista, mientras que la competencia entre los minoristas garantizaría que los consumidores finales se beneficien de precios bajos y de un servicio de alta calidad.
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The Russian state’s ideological madness and reversion to warlordism have been abetted by a religious fundamentalism that openly celebrates death in the name of achieving a god-like status. As Vladimir Putin’s propagandists are telling Russians, “Life is overrated.”
traces the religious and intellectual roots of the Kremlin’s increasingly morbid war propaganda.
It is hard to reconcile the jubilant mood of many business leaders with the uncertainty caused by the war in Ukraine. While there are some positive signs of economic recovery, a sudden escalation could severely destabilize the global economy, cause a stock market crash, and accelerate deglobalization.
warns that the Ukraine war and economic fragmentation are still jeopardizing world growth prospects.
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ATENAS – Las aspas de las turbinas eólicas en las montañas que se ven desde mi ventana están girando con especial energía hoy en día. La tormenta de anoche ha amainado, pero los fuertes vientos continúan, aportando kilovatios extra a la red de electricidad a un costo adicional cero (o costo marginal, en el lenguaje de los economistas). Pero la gente que hace un esfuerzo por llegar a fin de mes durante una crisis del costo de vida atroz debe pagar estos kilovatios como si fueran producidos por el gas natural licuado más caro transportado a las costas de Grecia desde Texas. Este despropósito, que prevalece mucho más allá de Grecia y Europa, debe terminar.
El despropósito surge de la ilusión de que los estados pueden simular un mercado de electricidad competitivo y, por ende, eficiente. Como sólo un cable de electricidad entra en nuestras casas o empresas, dejar las cosas en manos del mercado conduciría a un monopolio perfecto –un resultado que nadie quiere-. Pero los gobiernos decidieron que podían simular un mercado competitivo para reemplazar a las empresas de servicios públicos que solían generar y distribuir la energía. No pueden hacerlo.
El sector energético de la Unión Europea es un buen ejemplo de lo que el fundamentalismo de mercado ha hecho con las redes de electricidad en todo el mundo. La UE obligó a sus estados miembro a separar la red de electricidad de las plantas de generación de energía y privatizar las centrales eléctricas para crear nuevas firmas, que competirían entre sí para ofrecer electricidad a una nueva compañía propietaria de la red. Esta compañía, a su vez, arrendaría sus cables a otro conjunto de empresas que comprarían la electricidad al por mayor y competirían entre sí por el negocio minorista de los hogares y las empresas. La competencia entre los productores minimizaría el precio mayorista, mientras que la competencia entre los minoristas garantizaría que los consumidores finales se beneficien de precios bajos y de un servicio de alta calidad.
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