En algún momento de los veinte próximos años, la relación entre los seres humanos y el mundo natural va a cambiar, profundamente y para siempre. No ocurrirá de repente, sino que los actuales descubrimientos científicos harán inevitable el cambio. Nos guste o no, estemos o no preparados, dichos descubrimientos científicos nos están haciendo internarnos por la vía de la gestión del ecosistema mundial, en lugar de ser simples participantes en él.
Me gusta pensar sobre esa revolución que se avecina desde el punto de vista histórico. Durante los más de tres millones y medio de años en que seres que podríamos llamar "humanos" caminaron por la Tierra formaron parte sin ambigüedad alguna del sistema natural. Las leyes de hierro de la evolución regían su supervivencia y los que no podían competir morían temprano y pronto eran olvidados. Nuestras únicas defensas contra un mundo hostil fueron las primitivas herramientas de piedra y el fuego... un tipo de protección mínima, en el mejor de los casos.
Después, hace unos 10.000 años, sucedió algo extraordinario. En algún lugar de las montañas Taurus, en lo que hoy es Turquía, un grupo de personas, probablemente mujeres, empezaron a desarrollar un nuevo conjunto de tecnologías que cambiarían la relación de los seres humanos con su medio ambiente. Llamamos "agricultura" a esas tecnologías, que brindaron por primera vez a los seres humanos la capacidad para moverse fuera de las leyes de la selección natural. Nuestros antepasados dejaron de tener que contentarse con los alimentos que la naturaleza ofrecía... podían empezar a cultivar los suyos y así superar con mucho el escaso suministro de la naturaleza.
Desde el nacimiento de la agricultura, la historia humana ha sido un constante avance en una mayor liberación de las limitaciones impuestas por la naturaleza. En lugar de generar energía utilizando los músculos humanos y animales, creamos máquinas que pudieran liberar la luz del sol almacenada en el carbón y el petróleo. En lugar de depender de defensas naturales contra las enfermedades, inventamos antibióticos y otros instrumentos de la medicina moderna.
El resultado es que los seres humanos han dejado de formar parte, en realidad, de la naturaleza... la supervivencia de nuestra especie ya no depende de nuestra capacidad para competir en la jungla darwiniana. Dependemos de nuestras estructura social y tecnología, en lugar de nuestros genes.
Hoy, estamos preparados para dar otro paso de gigante, que nos devolverá al sistema natural de nuestro planeta, en lugar de separarnos más aún de él. Por primera vez en la Historia, estamos empezando a entender cómo funcionan las cosas vivas que nos rodean, cómo encajan todas las piezas.
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Algunos de esos avances son teóricos y nos permiten elaborar modelos computadorizados de sistemas complejos como bosques de extensión continental u océanos enteros. Otros son más triviales, pues entrañan experimentos a largo plazo y la observación de ecosistemas menores, como, por ejemplo, parcelas de hierba de las praderas o pantanos. Por último, tenemos, naturalmente, los espectaculares avances en nuestro conocimiento de la genómica, la ciencia que nos permite entender los mecanismos básicos que funcionan dentro de todos los sistemas vivos, incluidos los humanos.
Esos nuevos sectores de la ciencia juntos nos permitirán gestionar los ecosistemas en nuestro planeta, al predecir los efectos de las intervenciones humanas y anticipar el flujo de los ciclos naturales. En verdad tenemos el poder para pasar a ser los gestores del planeta Tierra.
Se trata de una responsabilidad que no podemos rehuir. La analogía que me gusta recurre al ejemplo doméstico del cuidado de un césped suburbano. Podemos optar por cortar la hierba y en ese caso producimos un tipo de ecosistema, un tipo de futuro. O podemos optar por no cortar la hierba y en ese caso producimos otro tipo de ecosistema, otro tipo de futuro. En cualquiera de los dos casos, nuestras acciones determinan lo que sucede al césped. Lo único que no podemos hacer es dejar de decidir. Hagamos lo que hagamos, aun cuando decidamos no hacer nada, el futuro del césped depende de nosotros.
En realidad, nuestra relación con el planeta será la de un jardinero con un jardín. El jardinero no destruye sus plantas indiscriminadamente, sino que arranca los hierbajos periódicamente. El jardinero no "conquista" sus plantas, sino que las estudia para producir el jardín deseado. Lo más importante de todo es que el jardinero no gestiona el jardín por el bien de las plantas, sino por otro objetivo: producir alimentos o flores o embellecer.
Del mismo modo, los seres humanos están a punto de poder gestionar el planeta y las decisiones que adoptemos determinarán lo que será el futuro del planeta. Dado el espactacular ritmo al que avanza la ciencia en estos días, no es demasiado temprano para empezar a pensar en cómo vamos a abordar esa nueva e imponente responsabilidad.
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While carbon pricing and industrial policies may have enabled policymakers in the United States and Europe to avoid difficult political choices, we cannot rely on these tools to achieve crucial climate goals. Climate policies must move away from focusing on green taxes and subsidies and enter the age of politics.
explains why achieving climate goals requires a broader combination of sector-specific policy instruments.
The long-standing economic consensus that interest rates would remain low indefinitely, making debt cost-free, is no longer tenable. Even if inflation declines, soaring debt levels, deglobalization, and populist pressures will keep rates higher for the next decade than they were in the decade following the 2008 financial crisis.
thinks that policymakers and economists must reassess their beliefs in light of current market realities.
En algún momento de los veinte próximos años, la relación entre los seres humanos y el mundo natural va a cambiar, profundamente y para siempre. No ocurrirá de repente, sino que los actuales descubrimientos científicos harán inevitable el cambio. Nos guste o no, estemos o no preparados, dichos descubrimientos científicos nos están haciendo internarnos por la vía de la gestión del ecosistema mundial, en lugar de ser simples participantes en él.
Me gusta pensar sobre esa revolución que se avecina desde el punto de vista histórico. Durante los más de tres millones y medio de años en que seres que podríamos llamar "humanos" caminaron por la Tierra formaron parte sin ambigüedad alguna del sistema natural. Las leyes de hierro de la evolución regían su supervivencia y los que no podían competir morían temprano y pronto eran olvidados. Nuestras únicas defensas contra un mundo hostil fueron las primitivas herramientas de piedra y el fuego... un tipo de protección mínima, en el mejor de los casos.
Después, hace unos 10.000 años, sucedió algo extraordinario. En algún lugar de las montañas Taurus, en lo que hoy es Turquía, un grupo de personas, probablemente mujeres, empezaron a desarrollar un nuevo conjunto de tecnologías que cambiarían la relación de los seres humanos con su medio ambiente. Llamamos "agricultura" a esas tecnologías, que brindaron por primera vez a los seres humanos la capacidad para moverse fuera de las leyes de la selección natural. Nuestros antepasados dejaron de tener que contentarse con los alimentos que la naturaleza ofrecía... podían empezar a cultivar los suyos y así superar con mucho el escaso suministro de la naturaleza.
Desde el nacimiento de la agricultura, la historia humana ha sido un constante avance en una mayor liberación de las limitaciones impuestas por la naturaleza. En lugar de generar energía utilizando los músculos humanos y animales, creamos máquinas que pudieran liberar la luz del sol almacenada en el carbón y el petróleo. En lugar de depender de defensas naturales contra las enfermedades, inventamos antibióticos y otros instrumentos de la medicina moderna.
El resultado es que los seres humanos han dejado de formar parte, en realidad, de la naturaleza... la supervivencia de nuestra especie ya no depende de nuestra capacidad para competir en la jungla darwiniana. Dependemos de nuestras estructura social y tecnología, en lugar de nuestros genes.
Hoy, estamos preparados para dar otro paso de gigante, que nos devolverá al sistema natural de nuestro planeta, en lugar de separarnos más aún de él. Por primera vez en la Historia, estamos empezando a entender cómo funcionan las cosas vivas que nos rodean, cómo encajan todas las piezas.
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Algunos de esos avances son teóricos y nos permiten elaborar modelos computadorizados de sistemas complejos como bosques de extensión continental u océanos enteros. Otros son más triviales, pues entrañan experimentos a largo plazo y la observación de ecosistemas menores, como, por ejemplo, parcelas de hierba de las praderas o pantanos. Por último, tenemos, naturalmente, los espectaculares avances en nuestro conocimiento de la genómica, la ciencia que nos permite entender los mecanismos básicos que funcionan dentro de todos los sistemas vivos, incluidos los humanos.
Esos nuevos sectores de la ciencia juntos nos permitirán gestionar los ecosistemas en nuestro planeta, al predecir los efectos de las intervenciones humanas y anticipar el flujo de los ciclos naturales. En verdad tenemos el poder para pasar a ser los gestores del planeta Tierra.
Se trata de una responsabilidad que no podemos rehuir. La analogía que me gusta recurre al ejemplo doméstico del cuidado de un césped suburbano. Podemos optar por cortar la hierba y en ese caso producimos un tipo de ecosistema, un tipo de futuro. O podemos optar por no cortar la hierba y en ese caso producimos otro tipo de ecosistema, otro tipo de futuro. En cualquiera de los dos casos, nuestras acciones determinan lo que sucede al césped. Lo único que no podemos hacer es dejar de decidir. Hagamos lo que hagamos, aun cuando decidamos no hacer nada, el futuro del césped depende de nosotros.
En realidad, nuestra relación con el planeta será la de un jardinero con un jardín. El jardinero no destruye sus plantas indiscriminadamente, sino que arranca los hierbajos periódicamente. El jardinero no "conquista" sus plantas, sino que las estudia para producir el jardín deseado. Lo más importante de todo es que el jardinero no gestiona el jardín por el bien de las plantas, sino por otro objetivo: producir alimentos o flores o embellecer.
Del mismo modo, los seres humanos están a punto de poder gestionar el planeta y las decisiones que adoptemos determinarán lo que será el futuro del planeta. Dado el espactacular ritmo al que avanza la ciencia en estos días, no es demasiado temprano para empezar a pensar en cómo vamos a abordar esa nueva e imponente responsabilidad.