Hacer las paces entre el darwinismo y el cristianismo

¿Están condenadas las ciencia y la religión a una enemistad mutua? Todo chico aprende en la escuela cómo Galileo fue obligado a arrodillarse y abjurar de su creencia de que la tierra gira alrededor del sol, o cómo la Iglesia se alzó nuevamente en 1859, cuando Charles Darwin publicó El origen de las e species, donde argumentaba que todos los organismos vivientes, incluidos los seres humanos, eran el resultado de un largo y lento proceso de evolución. Hoy, especialmente en los Estados Unidos, muchos cristianos (los llamados "creacionistas") aún plantean que los orígenes de la humanidad se deben buscar en los primeros capítulos del Génesis, no en las investigaciones científicas.

Pero la interrelación entre evolución y religión va más allá de la oposición y el conflicto. Las ideas evolucionistas tienen su origen en la religión. Los antiguos greigos no tenían los conceptos de progreso, tiempo direccional e historia lineal, que culminaran en la humanidad. Este concepto es un legado del judeocristianismo, y en el siglo 18 los primeros evolucionistas (gente como la gran influencia de Charles Darwin, Erasmo) enmarcaron sus ideas en el contexto de esta versión religiosa de los orígenes.

Darwin mismo estaba muy influido por las ideas cristianas, especialmente donde menos lo esperamos: en su creencia en la selección natural (el objeto principal del rechazo de la Iglesia) como fuerza motora de la evolución. Darwin argumentó que nacen más organismos que los que pueden sobrevivir y reproducirse; que esto hace que exista una lucha por la existencia; y que el éxito en esta lucha refleja en parte las diferencias físicas y conductuales entre ganadores y perdedores. Los ganadores son aquellos que se adaptan bien a su ambiente, es decir, desarrollan características que les ayudan a sobrevivir y reproducirse.

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