US President-elect Joe Biden may have promised a “return to normalcy,” but the truth is that there is no going back. The world is changing in fundamental ways, and the actions the world takes in the next few years will be critical to lay the groundwork for a sustainable, secure, and prosperous future.
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NUEVA YORK – A diferencia de decenas de millones de personas en todo el mundo que han contraído COVID-19 como consecuencia de la pobreza, de la mala suerte, de la vulnerabilidad como trabajadores esenciales o de malas decisiones de los responsables de las políticas, la infección del presidente norteamericano, Donald Trump, es por iniciativa propia. El desdén de Trump por la ciencia y su menosprecio descarado por los consejos de salud pública condujeron directamente a su propia enfermedad; mucho peor, han alimentado la creciente tasa de mortalidad por COVID-19 en Estados Unidos –ahora, más de 214.000 personas.
Desde que comenzó la pandemia, los expertos en salud pública de todo el mundo han rogado a la población que utilice máscaras faciales, evite las grandes aglomeraciones y mantenga distancia física de los demás, para frenar la transmisión del virus. Trump, un hombre de temperamento patológico, rechazó todos esos consejos. Apenas dos días antes de anunciar que él y la primera dama habían dado positivo, Trump se burlaba de Joe Biden por usar una mascarilla. “Yo no uso una máscara como él”, dijo Trump en el primer debate presidencial. “Cada vez que lo vemos, lleva puesta una máscara. Podría estar hablando a 60 metros… y aparece con la máscara más grande que yo haya visto”.
Trump rechazó las peticiones de los expertos en salud pública y de las autoridades locales y ha venido realizando grandes mítines tanto puertas adentro como al aire libre en los últimos meses, en los que asistentes sin mascarillas aparecían parados muy cerca unos de otros. Y Trump desdeñó las precauciones básicas en la Casa Blanca, incluido el distanciamiento físico del personal y la obligación de un uso de mascarillas faciales en las reuniones.
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