pompeo and mohammed bin salman LEAH MILLIS/AFP/Getty Images

¿Murió con Khashoggi el orden mundial?

WASHINGTON, DC – A principios de este mes, Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post y destacado crítico del gobierno saudita, entró en el consulado de Arabia Saudí en Estambul para recoger la documentación que le permitiría casarse con su prometida turca. En vez de recibir ayuda del gobierno de su país fue torturado, asesinado y descuartizado por un equipo de agentes saudíes. Este crimen estremecedor plantea serias cuestiones sobre el equilibrio adecuado entre la defensa de los derechos humanos y el mantenimiento de alianzas duraderas (y lucrativas). El descaro con el que miembros del gobierno saudí mataron a Khashoggi, por no hablar de la escasa respuesta de los gobiernos occidentales, dejó al descubierto la frialdad con la que se elaboran las maquinaciones geopolíticas.

Se suele fomentar la transparencia pero, en este caso, la revelación de lo sucedido tiene un alto precio. Creer que los principios, los valores y las reglas tienen peso en las relaciones internacionales produce un efecto estabilizador. Pero en el momento en que se pone en duda ese convencimiento, por ejemplo, con el envenenamiento hace unos meses del ex doble agente ruso Sergei Skripal y su hija en suelo británico, el orden global queda dañado, tal vez, sin remedio.

Al efecto deslegitimador de estos episodios se suma el abandono general de formalidades — como reflejan los cambios en los códigos de vestimenta laborales y en las normas de comunicación — impulsado por el auge de las redes sociales. A medida que se desdibuja la línea que separa la vida pública de la privada, aumenta la presión para que las personalidades públicas parezcan tan “reales” y “normales” como nuestros vecinos y colegas. Hasta el Papa Francisco ha publicado un álbum de rock.

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