Greenspan: una esperanza perdida

BERKELEY– De adulto, la primera vez que fui a Washington, D.C. fue el año 1993, en dicho año llegué a esta ciudad con el objetivo de trabajar para el presidente Bill Clinton en el Departamento del Tesoro. En aquel entonces, Estados Unidos necesitaba urgentemente volver a equilibrar el presupuesto federal para frenar el explosivo crecimiento del ratio deuda/PIB, necesitaba reformar el extraordinariamente caro e ineficiente sistema de salud del país, y necesitaba comenzar a hacer frente al calentamiento global a través de una lenta aceleración de un impuesto al carbono.

Más allá de estos tres problemas inmediatos se encontraban los desafíos planteados por las políticas a largo plazo: la actualización del sistema de pensiones del país para lidiar con el envejecimiento de la población y la disminución de las jubilaciones con prestaciones definidas, la mejora del sistema educativo con el fin de que más personas puedan asumir el riesgo de obtener una educación superior, y la reversión de la erosión de la clase media estadounidense, que es una característica que define a la sociedad de Estados Unidos.

Ninguno de estos objetivos (quizás con excepción del último) podía ser considerado como un asunto partidista. Todos estos asuntos, es decir el déficit a largo plazo, el financiamiento de la salud y el calentamiento global, como también poder garantizar los ingresos para las jubilaciones y posibilitar oportunidades educacionales, eran asuntos en los que fácilmente se debería haber podido alcanzar un avance y un acuerdo bipartidista. Sin embargo, nosotros los que apoyábamos a Clinton no recibimos ninguna cooperación ni de los republicanos en cargos públicos, ni de los intelectuales republicanos en el ámbito de la formulación de políticas.

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