Inversores de las grandes ligas universitarias

La Universidad de Yale, donde enseño, encomendó su cartera de inversiones a un hombre, David Swensen, durante más de 20 años. En este período, la cartera creció de apenas por encima de 1.000 millones a 18.000 millones de dólares –un rendimiento promedio de más del 16% anual que, al parecer, es el más alto de cualquier universidad importante-. Y no da señales de querer bajar: en el último año fiscal que terminó en junio, el rendimiento fue del 22,9%.

Los directores de Yale llegaron y se fueron, pero Swensen sigue ahí. Hizo más por la universidad que cualquier director e, incluso, que cualquier otra persona. En una universidad, las ideas cuentan más que el dinero, pero 18.000 millones de dólares pueden crear un contexto para muchas ideas nuevas. Con 11.500 estudiantes, hay más de 1,5 millón de dólares por alumno (sin contar los edificios y la colección de arte de la universidad, que valen muchos miles de millones de dólares más).

¿Cómo sucedió esto? ¿Cómo fue que Swensen generó tanto dinero? Todos se lo preguntan –sobre todo los que estamos en Yale.

Después de todo, mucha gente aquí ha estado enseñando la “hipótesis de mercados eficientes” según la cual los mercados financieros en todo el mundo se han vuelto tan competitivos que es imposible obtener más que un rendimiento normal de la inversión. Si alguien le gana al mercado, se debe simplemente a que es afortunado.

Los estudios parecen confirmarlo. Por ejemplo, un estudio de 2004 realizado por Brad Barber y Terrance Odean de la Universidad de California y Yi-Tsung Lee y Yiu-Jane Liu de la Universidad Nacional Chengchi obtuvo datos, operación por operación, de operadores intradía en la Bolsa de Taiwán. El estudio determinó que sólo el 1% más exitoso de los operadores intradía obtenía ganancias –después de deducir los costos de operación- en dos períodos semestrales consecutivos, y que la ganancia promedio rara vez justificaba el esfuerzo: apenas unos 4.000 dólares.

Es fácil concluir que no tiene sentido ni siquiera intentar ganarle al mercado. Pero entonces uno recuerda a gente como Swensen. ¿Acaso su desempeño constante se puede atribuir a la suerte?

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Robert Kiyosaki, autor de la serie Rich Dad, Poor Dad (Papá rico, papá pobre) de libros populares sobre inversión, basa los títulos y temas de sus libros en una comparación entre su propio padre, un hombre con un alto nivel de educación, y el padre de un amigo, un hombre que abandonó la escuela en octavo grado. Según Kiyosaki, su padre pobre pero erudito solía ser pesimista respecto de la capacidad de uno mismo para lograr algo en el mundo real, de modo que disuadió a su hijo incluso de intentarlo. En cambio, el padre del amigo disfrutaba intentando lograr algo grande. ¿Es pura coincidencia que este hombre fuera rico?

Kiyosaki tal vez se esfuerce demasiado por causar inspiración, pero muchas veces pienso en él cuando oigo a los profesores de finanzas opinar sobre la eficiencia de los mercados y lo inútil que es querer ganar dinero operando en ellos. Tal vez a muchos académicos les resulte difícil tomar la iniciativa de triunfar en el mundo real –todavía no conocí a otro profesor que haya mencionado haber leido a Kiyosaki.

Pero Swensen es un académico, con un doctorado en economía. Está rodeado de académicos. De alguna manera, toda esta cháchara sobre los mercados eficientes no lo disuadió de intentarlo, y con éxito.

Parece haber un patrón. Dos universidades similares, Harvard y Princeton, han tenido prácticamente el mismo éxito. La cartera de inversiones de Harvard, bajo la conducción de Jack Meyer, obtuvo un rendimiento anual promedio del 15,2% en los últimos diez años, comparado con el promedio de 17,2% de Swensen, mientras que las inversiones de Princeton, a cargo de Andrew Golden, obtuvieron un promedio del 15,6% por año. De hecho, Golden trabajó para Swensen en Yale entre 1988 y 1993.

Swensen escribió dos libros sobre inversión, uno para profesionales y otro para el público en general. La sensación que tuve después de leerlos no fue la de saber cómo hacer lo que él hizo. Pero se destacan un par de cosas.

Una es su visión a largo plazo. Yale le permite a Swensen invertir a muy largo plazo y no lo fastidia con un rendimiento trimestral. Tal vez esto le permita concentrarse en principios a largo plazo –y, por ende, hacer inversiones que quizá no tengan un buen desempeño en el corto plazo-. Pero, en realidad, obtuvo resultados constantes tanto en el corto como en el largo plazo.

Parte de la razón del éxito de Swensen es el “rendimiento absoluto”, un término hoy muy citado por la comunidad de inversiones, que él acuñó para las estrategias inusuales de inversión que tienen que ver con cosas como el arbitraje de fusiones y la inversión en títulos de compañías con problemas financieros. Swensen también invirtió en tipos de activos no tradicionales, como por ejemplo bienes raíces, petróleo, madera, acciones de compañías privadas y firmas de capital de riesgo. Por lo general, no son muchos los analistas que siguen estos activos y no se los entiende fácilmente, lo cual le da a él una mayor ventaja a la hora de aplicar sus capacidades intelectuales y las capacidades de los que lo rodean.

En este sentido, Swensen es completamente diferente de los operadores intradía, que invierten para el corto plazo y, a la vez, intentan ganarle al más poblado de los mercados –el mercado de las acciones que cotizan en Bolsa.

Sin embargo, también pienso que el éxito fenomenal de Swensen y otros como él refleja el entorno que critica Kiyosaki. El problema es la actitud derrotista, no la erudición.

Cuando una mente analítica, una mente entrenada para buscar rigurosamente la verdad y, por formar parte de una comunidad de este tipo de gente, está liberada de la desconfianza en uno mismo, puede hacer cosas asombrosas. Conociendo a David Swensen, puedo asegurar que no es un operador solitario que intenta ganarle al mercado. Sabe escuchar, apoya a la gente en quien confía y está rodeado de mucha gente buena con una amplia variedad de capacidades. Y, por cierto, no es un derrotista.

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