¿Es la política de China en el Tibet mala para los negocios?

Cuando un funcionario de seguridad del Gobierno de China acusó recientemente a unos seguidores del Dalai Lama de organizar ataques suicidas –simplemente la más extremada de un aluvión de alegaciones contra la “camarilla del Dalai”-, fue como si la Revolución Cultural siguiera haciendo furor. De hecho, en lo que al Tíbet se refiere en particular, los dirigentes chinos, cada vez más refinados y pragmáticos, parecen más que nada una regresión a la era de Mao, con su propaganda en forma de arengas y sus políticas coercitivas. ¿Tienen los inversores extranjeros razones para preocuparse por ello?

Si bien no se puede descartar la posibilidad de que las recientes protestas en el Tíbet muevan a las autoridades a cambiar de rumbo, las primeras señales no son prometedoras. Hasta ahora, el régimen se ha limitado a aplicar las mismas medidas contundentes que alimentaron las quejas de los tibetanos en primer lugar. La presión internacional por sí sola no cambiará esa situación. La presión interior podría hacerlo, pero cualquier oportunidad de esa clase ha desaparecido en la batalla de una guerra de relaciones públicas.

Por una parte, algunos medios internacionales de comunicación hicieron una descripción en blanco y negro (y no siempre del todo objetiva) de la violencia de marzo como una represión brutal contra pacíficos monjes tibetanos. Por otra parte, los medios de comunicación oficiales de China han alimentado la irritación interna ante lo que consideraban un prejuicio occidental contra China. Una vez despertado el sentimiento nacional, pocos chinos se preguntan por qué hubo esa violencia.

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