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La tarea inconclusa del FMI

NUEVA YORK – El Fondo Monetario Internacional muestra señales prometedoras de estar cambiando a tono con los tiempos. Además de reconocer que el cambio climático plantea riesgos significativos para la estabilidad financiera, ha respondido a la pandemia con una importante asignación de derechos especiales de giro (el activo de reserva del Fondo) y ha criticado la inadecuación del marco del G20 para la gestión de crisis de deuda. Además, en un acuerdo reciente con Argentina, el Fondo se aleja de la clase de programas de austeridad que siempre han manchado su reputación, por no hablar del daño económico que han causado en todo el mundo.

Este mes el FMI tendrá otra chance de dar un paso importante en la dirección correcta, en la revisión de su postura respecto de la regulación de flujos de capitales. La justificación original para dicha regulación, incorporada al Convenio Constitutivo del FMI, era que los flujos transfronterizos de capitales pueden provocar trastornos en los mercados financieros internacionales, cuya estabilidad es la razón de ser del FMI.

Pero irónicamente, en los días más oscuros del Fondo durante los años ochenta y noventa, sus programas de rescate estaban supeditados a que los receptores desregularan los flujos financieros; y a fines de los noventa incluso trató de modificar el Convenio Constitutivo para prohibir esa clase de regulaciones. Sin embargo, el intento pasó a segundo plano tras la crisis financiera asiática de 1997‑98, que fue en gran medida resultado de la desregulación de los mercados de capitales. Después de esos años tumultuosos, muchos países de ingresos medios opusieron resistencia al impulso liberalizador del FMI y tomaron medidas protectivas propias contra la volatilidad de los flujos de capitales, acumulando reservas de divisa extranjera e implementando medidas para la cuenta de capital.

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