a5588a0246f86f900c405f01_dr3002c.jpg Dean Rohrer

Economía de la identidad

BERKELEY y DURHAM – Una gran fortaleza de la economía es su capacidad para examinar cómo se toman las decisiones desde el punto de vista de quienes las toman. Por ejemplo, la economía puede explicar de esta manera por qué los consumidores compran lo que compran. También ofrece una perspectiva sobre por qué los empleados trabajan para algunos empleadores y no otros, por qué trabajan tanto como trabajan y, de hecho, por qué, por empezar, van a trabajar.

Pero en un alto porcentaje del análisis económico, el punto de vista de quienes toman decisiones es bastante estrecho. Empieza con lo que a la gente le gusta y no le gusta. A la gente pueden gustarles las naranjas o las bananas, o tener una preferencia por disfrutar de la vida hoy en lugar de ahorrar para el futuro. Luego decide qué comprar o cuánto ahorrar, en vista de los previos prevalecientes, las tasas de interés y sus propios ingresos. Los economistas han incluido en este análisis que la gente interactúa con los demás, pero en general han tratado este tipo de interacciones sociales de una manera mecánica, como si se tratara de materias primas.

Por ejemplo, en el análisis económico estándar de la discriminación de género en el lugar de trabajo, a los hombres no les gusta vincularse con las mujeres en el trabajo –de la misma manera que pueden preferir las manzanas a las naranjas-. Del mismo modo, el análisis económico estándar de la discriminación racial es que los blancos no quieren vincularse con los no blancos, y por ende exigen una prima para comprarle a no blancos o trabajar con ellos.

Sin embargo, ni la discriminación de género ni la discriminación racial derivan de preferencias puramente personales. Más bien, reflejan códigos sociales que les dicen a las personas cómo se supone que tienen que pensar de sí mismas y cómo interactuar entre sí. La gente se toma este tipo de códigos muy en serio. Por ejemplo, en el caso del género, los que se identifican como hombres también quieren comportarse como se supone que se comportan los hombres; los que se identifican como mujeres quieren comportarse como se supone que se comportan las mujeres.

Cuando examinamos las decisiones que toman las personas desde la perspectiva de sus identidades y normas sociales, obtenemos nuevas respuestas a muchos interrogantes económicos diferentes. Quién es la gente y cómo piensa de sí misma es esencial para las decisiones que toma. Sus identidades y normas son motivaciones básicas. Llamamos a esta estrategia economía de la identidad.

Para entender la relevancia de la economía de la identidad, y cómo difiere de la economía estándar, consideremos un hecho de otro modo extraño. Los hombres y las mujeres en Estados Unidos fumaban cigarrillos en dosis inmensamente diferentes a comienzos del siglo XX, pero estos niveles ampliamente convergieron en los años 1980. Las mujeres ahora fuman tanto como los hombres.

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No se puede explicar esta convergencia en términos de argumentos económicos convencionales, como cambios en los precios relativos o los ingresos, porque ninguno de estos cambios fue suficientemente importante. Pero se la puede explicar si uno pregunta qué piensa la gente de sí misma –es decir, si examinamos los cambios en las normas de género-. Se suponía que las mujeres a principios del siglo XX no fumaban; era un comportamiento inapropiado. Pero en los años 1970, sin embargo, las campañas publicitarias apuntaban a las mujeres “liberadas”, diciéndoles que fumar no sólo era aceptable, sino deseable. 

Este ejemplo es sólo la punta del iceberg. Tomar las normas sociales seriamente tiene consecuencias que impregnan el sistema económico, y también nuestras vidas en términos más generales.

Consideremos otro ejemplo: los sueldos militares versus los salarios en las firmas civiles. La paga militar en general es relativamente plana –es decir, no sube y baja según el desempeño, y también es menor que en posiciones comparables en empresas civiles-. Nada en el análisis económico estándar puede encontrarle sentido a una estructura de pago semejante –o a los rituales que son centrales a la tradición militar.

Sin embargo, con la economía de la identidad todo tiene sentido, y obtenemos una perspectiva absolutamente novedosa sobre los incentivos laborales, no sólo en el ejército, sino en todas las actividades. En las organizaciones que funcionan bien, los empleados se identifican con su trabajo y sus organizaciones. Si los empleados sienten que pertenecen –un objetivo clave de los rituales militares-, existe escasa necesidad de esquemas de pago para incentivar o de pago según el rendimiento. El ejército cambia la identidad de sus reclutas, inculcándoles valores como la obligación y el servicio.

En el mundo civil, también, el factor determinante más importante de si una organización funciona bien no es el sistema de incentivo monetario, como implicarían los modelos económicos estándar, sino si sus trabajadores se identifican con la organización y con su trabajo allí adentro. Si no lo hacen, intentarán apuntar al sistema de incentivos, en lugar de cumplir con los objetivos de la organización.

De la misma manera, una buena escolaridad no ocurre como resultado de recompensas y costos monetarios –la especialidad de la economía convencional- sino porque alumnos, padres y maestros se identifican con sus escuelas, y porque esa identificación está asociada con el aprendizaje. Es más, si los alumnos se identifican o no con estar en la escuela se convierte en el principal factor determinante de si se quedan o la abandonan.

En vista de esto, la política educativa debería analizar lo que han logrado algunos programas exitosos a la hora de establecer una identidad escolar que motiva a alumnos y maestros a trabajar según un objetivo común. Si nos concentramos en capacitar a los maestros para que inspiren a sus alumnos a identificarse con su escuela –en lugar de enseñarles a rendir pruebas estandarizadas-, podríamos reproducir esos grandes resultados de las escuelas.

Como economistas y estrategas políticos, podríamos contentarnos con seguir mirando sólo precios e ingresos y las estadísticas relacionadas para explicar las decisiones que toma la gente. En algunas circunstancias, eso bastaría para entender lo que está sucediendo. Pero en muchas otras situaciones, dejaríamos de lado fuentes importantes de motivación –y por ende adoptaríamos medidas inútiles, si no contraproducentes, destinadas a producir los resultados que buscamos-. La Economía de la Identidad ofrece la visión mejor y más amplia que necesitamos.

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