Los derechos humanos son derechos sindicales

¿Tienen los derechos humanos relación con el poder sindical? ¿Van los dos de la mano en todo el mundo? Durante casi dos siglos la respuesta casi siempre fue un rotundo "¡Sí!" En todos los continentes, el crecimiento de las organizaciones de trabajadores parecía anunciar la emancipación de la gente común y el fin de sus opresores.

Hoy vivimos en una era de derechos humanos globales. A los criminales de guerra se les enjuicia en La Haya. Los derechos de las mujeres están en la agenda social y política de Medio Oriente. Desde Birmania hasta Nigeria, el mundo presta particular atención a los derechos de libertad de expresión de los disidentes políticos. Miles de ONG's (Organizaciones No Gubernamentales) denuncian las violaciones a los derechos humanos y promueven estándares sociales, económicos y legales orientados a beneficiar a quienes trabajan en condiciones difíciles en las fábricas de los países pobres.

En todo el mundo, las corporaciones y asociaciones industriales han adoptado alrededor de 182 códigos de conducta laborales y de derechos humanos. Ante las presiones de grupos como el Consorcio de Derechos de los Trabajadores y la Iniciativa para el Comercio Etico, algunas corporaciones se han comprometido a pagar salarios que permitan vivir, abrir sus fábricas a inspecciones e incluso dar a los empleados una voz en el lugar de trabajo. Reebok, la compañía multinacional de productos deportivos, anuncia que su código corporativo está "basado en los principios centrales" de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. La empresa comercializa sus balones de futbol y otros bienes con una etiqueta que dice "Garantizado: hecho sin mano de obra infantil".

Sin embargo, la sensibilidad sobre los derechos humanos no ha hecho nada para detener el deterioro del sindicalismo a nivel mundial. La Organización Internacional del Trabajo informa que en la mayoría de los países los sindicatos se están contrayendo. Durante la década de los noventa, la membresía en sindicatos cayó por debajo del 20% de los trabajadores en 48 de 92 países.

La paradoja es clara. Tomemos a los EU, donde desde los años sesenta una tradición de derechos multiculturales y sensibles al género se ha legitimado y codificado en las leyes, en el seno de las corporaciones más importantes, dentro de las burocracias y a lo largo del espectro político de los EU. La mayoría de las grandes corporaciones apoyan la "diversidad" y se jactan de su apego a las leyes sobre derechos civiles e igualdad de género.

Al mismo tiempo, en ningún otro país grande, a excepción de las dictaduras abiertas, los sindicatos han perdido tantos miembros y tanto peso político. La membresía ha disminuído abruptamente durante el último cuarto de siglo, y hoy en día menos de uno de cada diez trabajadores del sector privado en los Estados Unidos son miembros de algún sindicato.

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¿Qué fue lo que cortó el vínculo tradicional entre los sindicatos fuertes y el respeto a los derechos humanos? Ciertamente los sindicatos han perdido miembros e influencia política debido en parte a una merma de su autoridad moral y, en consecuencia, de su legitimidad como instituciones capaces de defender los intereses del trabajador común. Con demasiada frecuencia se ve a los sindicatos como defensores de un statu quo injusto, como cómplices en la conservación de jerarquías de género y raciales, o bien como instituciones tan centradas en sus propios intereses políticos que lastiman al resto de la sociedad.

Además, los gobiernos y las empresas se han vuelto claramente más hostiles a los sindicatos en los últimos 25 años. Como afirma Human Rights Watch, "En un sistema lleno de apariencias de legalidad, el ejercicio por parte de los trabajadores de sus derechos de organización, negociación y huelga...se ha visto frustrado por muchos patrones que se dan cuenta de que tienen poco qué temer de la aplicación de las leyes laborales".

Pero el desentrañamiento de la ley laboral de los EU también refleja la extraordinaria fuerza de la cultura de los derechos en el país. Los derechos son universales y recaen sólo en los individuos, lo que significa que el director de una compañía los tiene en la misma medida que el empleado. Bajo un régimen de derechos individuales universales, se hace difícil otorgar a los sindicatos el estatus legal y los privilegios de una colectividad distinta y superior a sus miembros.

Para millones de trabajadores, ni qué decir de sus jefes, la solidaridad sindical se ha convertido en un concepto anticuado e incluso ajeno. Esto no debe sorprender. En Estados Unidos, en los centros de trabajo contemporáneos, los patrones utilizan sus derechos de libertad de expresión protegidos por los tribunales para difundir millones de dólares en propaganda antisindical, para intimidar al trabajador individual y para persuadir a los empleados de que ingresar a un sindicato significaría la pérdida de su trabajo.

Pero, ¿siguen siendo relevantes los sindicatos? Hay quienes sostienen que en EU y en otros lugares el régimen de los derechos humanos es tan fuerte y penetrante que el sindicalismo ya no es necesario o deseable siquiera. Si los trabajadores están protegidos en contra del acoso sexual por una oficina gubernamental y no por su representante sindical, sus derechos estarán igualmente garantizados. Si es la legislación, en lugar de una cláusula en un contrato colectivo lo que regula las condiciones de salud y seguridad en el lugar de trabajo, el aire de una fábrica será igual de fresco.

No obstante, un siglo de experiencia en Estados Unidos y otros lugares del mundo demuestra que, por sí solo, ningún sistema regulatorio-legal puede controlar, por órdenes administrativas o sentencias judiciales, la vida interna de millones de centros laborales. Como bien lo entienden los militantes en contra de las condiciones esclavizantes en los talleres de maquila y en favor de los derechos humanos en lugares como Malasia y el sur de China, ningún régimen de derechos es posible sin escuchar a los trabajadores, cuyas voces seguirán calladas a menos de que alguna institución los proteja de las consecuencias de expresar sus opiniones.

La historia de la regulación social en el Occidente industrializado no es ambigua: la presión sistemática y organizada en el centro de trabajo es esencial para dar vida nueva a los derechos plasmados en los libros. Sin un resurgimiento del sindicalismo en los países pobres, el movimiento mundial para garantizar los derechos humanos y laborales perderá su impulso y se atascará, conviertiendo la esperanza en indefención para millones de trabajadores.

https://prosyn.org/Y6IcLF0es