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Cómo comerse la torta petrolera rusa

CAMBRIDGE – Algo curioso ocurrió en el camino hacia el cero neto. Mientras los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) estaban obligando a las empresas petroleras a desinvertir en combustibles fósiles, y mientras Estados Unidos estaba ajustando su política de producción de petróleo y cancelando el proyecto del oleoducto Keystone XL en base a argumentos ambientales, Rusia decidió invadir Ucrania.

Estados Unidos y Canadá rápidamente declararon un embargo al petróleo ruso, mientras que la Unión Europea –que es más dependiente de la energía rusa- se esforzaba por diseñar una política coherente. Los precios de la energía comenzaron a dispararse y los gobiernos occidentales se concentraron en aumentar los suministros no rusos, inclusive volviendo a poner en servicio plantas de carbón europeas y expandiendo la producción de petróleo y gas natural de Estados Unidos. Los cínicos podrían decir que se trata de un caso agustiniano de “dame la castidad y la continencia, pero no ahora”. Claramente, es necesaria una reconsideración más radical de la geopolítica energética y la descarbonización para hacer frente a la amenaza rusa.

La nueva agresividad de Rusia ha sido posible gracias a su bonanza petrolera. La producción de petróleo del país cayó precipitadamente después del derrumbe de la Unión Soviética en 1991, alcanzando un nadir de 6,1 millones de barriles por día en 1998 –cinco millones menos que diez años antes-. Pero la producción luego se recuperó por completo, alcanzando un récord de 11,7 millones de barriles por día en 2019.

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