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Negociar en serio sobre el cambio climático

ÀMSTERDAM – Cuando el oso panda sonríe, el mundo aplaude. O así pareció después del último discurso del Presidente chino Hu Jintao en las Naciones Unidas. A juzgar por la manera como gran parte de los medios de comunicación informaron de sus palabras, parecía que China realmente hubiera hecho un anuncio importante sobre la reducción de las emisiones de gases de invernadero.

No fue así. Todo lo que el Presidente Hu dijo fue que ahora China "haría esfuerzos" por reducir sus emisiones de carbono por un margen "notable". Sin embargo, ¿cómo se miden los “esfuerzos” o el que un margen sea “notable”? Cuando le insistí, alguien con estrechos vínculos con la administración china me señaló: “Lo que se dijo en realidad tiene bastante poco peso”.

De hecho, no hubo objetivos específicos y, como cualquier observador de China sabe, la "ecologización” del gobierno no es nada nuevo. La política oficial china de los últimos años ha sido hacer más “verde” el crecimiento del PGB, pero no a expensas del crecimiento mismo... y China tiene intenciones crecer bastante rápido.

Al menos, el oso panda sonrió. El pobre Barack Obama ni siquiera tenía eso para ofrecer. No ofreció ningún compromiso de reducir las emisiones en los Estados Unidos y, considerando las encarnizadas batallas en torno a la reforma al sistema de salud, uno se pregunta cuánto tiempo y energía le quedarán para los imperativos medioambientales.

Si todo lo que el mundo obtuvo de esta Asamblea General de las Naciones Unidas llena de líderes de gobierno fue bastante insustancial, peor resulta el que ahora esté recibiendo más de lo mismo en la reunión del G-20 en Pittsburgh. Como me dijera más bien melancólicamente un ministro de finanzas cuando le pregunté qué es lo que se había logrado en realidad para luchar contra el cambio climático: “Palabras, nada más que palabras.”

Considerando que quedan poco más de dos meses para la cumbre de Copenhague sobre el cambio climático, que se supone dará forma al acuerdo que suceda al Protocolo de Kyoto, esto resulta deprimente. Con más de mil puntos que todavía deben acordarse, todas las autoridades con las que he conversado últimamente dicen que no ven cómo se puede llegar a un acuerdo significativo para diciembre en Copenhague.

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En realidad todos están poniendo la mirada en lo que ocurra tras bambalinas para un “Copenhague 2”, y lo que quienes participan en las negociaciones están dando en llamar “un camino todavía más arduo”. Incluso si se logra armar algún tipo de comunicado en diciembre -y los países en donde se realizarán elecciones pronto, como el Reino Unido, presionarán para que haya uno- es difícil creer que contenga suficientes detalles o refleje un nivel suficiente de compromiso como para tener los efectos que se necesitan tan desesperadamente.

“Copenhague 1” siempre estuvo condenado a fracasar, en parte porque -y esto puede sonar extraño de buenas a primeras- sólo se enfoca en el cambio climático. Si bien las reducciones de las emisiones de CO2 y un acuerdo de financiamiento son objetivos necesarios, la realidad geopolítica es que el cambio climático no se puede tratar separadamente del comercio o los debates acerca de los tipos de cambio, el FMI, las reformas a las Naciones Unidas, y temas similares. Hay un quid pro quo del que nadie habla explícitamente pero que se debe abordar: los acuerdos y compensaciones entre estas negociaciones, no sólo al interior de ellas. No veremos medidas significativas sobre el cambio climático sino hasta que se hayan acordado dentro de un marco más amplio.

Esto significa llevar el problema fuera de su compartimento actual y ser lo suficientemente realistas como para comprender la postura de Brasil acerca de reducción del ritmo de tala de bosques tropicales, por ejemplo, se verá afectada por el que reciba o no un espacio en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Significa ser lo suficientemente sofisticados como para comprender que mientras China se sienta presionada a dejar de apuntalar el renminbi, es poco probable que se comprometa a reducir las emisiones.

Ampliar el alcance de la siguiente ronda de negociaciones de manera que se puedan utilizar muchos más elementos de negociación haría el trabajo de los negociadores considerablemente más arduo, pero también le daría un margen de acción mucho mayor. De hecho, no hay otra manera de evitar que el proceso siga siendo un juego de suma cero.

No deja de ser preocupante el que para “Copenhague 2” no sólo hay que recorrer este complicado terreno, sino que para ello haya un plazo de menos de cinco años. Está sonando la cuenta regresiva de la bomba climática, y hay una palpable sensación de urgencia entre los encargados de definir las políticas. Como ha advertido explícitamente el Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, si no se reducen las emisiones antes de 2015, y desde entonces se siguen reduciendo (y la tendencia general ha sido más bien hacia su aumento), llegaremos a un punto del que no podremos regresar.

En ese punto, los escenarios apocalípticos de sequías, aumento del nivel del mar, inundaciones, guerras por los recursos y la energía, y migraciones masivas se harán realidad. Piénsese solamente en las imágenes de las recientes tormentas e inundaciones en Filipinas y Vietnam, que desplazaron y mataron a miles de personas, y multiplíquense esos horrores varias veces. Contra eso estamos luchando.

Probablemente las negociaciones sobre el cambio climático sean las más importantes de nuestro tiempo, porque sus resultados determinarán el destino de nuestro planeta. Es esencial que se lleven a cabo dentro de estructuras y marcos de trabajo que fomenten el acuerdo, poniendo sobre la mesa otros importantes asuntos multilaterales. Los gobiernos del mundo deben ser capaces de un toma y daca real, si es que los pandas y los presidentes de verdad quieren hacer algo más que sonreír.

https://prosyn.org/b6Izt7Ses