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El espantapájaros de la deuda nacional

CAMBRIDGE – La mayoría de las personas está más preocupada por la deuda pública que por la tributación. “Pero la deuda llega a millones de millones”  dijo recientemente un amigo mío alzando su alarmada voz con respecto a la deuda nacional del Reino Unido. Exageró un poco: la deuda alcanza a £1,7 millones de millones ($ 2.2 millones de millones). Incluso hay una página web que muestra un reloj que indica el crecimiento de la deuda a un ritmo de £5.170,00  por segundo. Si bien la recaudación de impuestos es mucho menor, el gobierno del Reino Unido todavía recauda una suma considerable, £750 miles de millones en impuestos durante el último año fiscal. La base tributaria crece también cada segundo, pero no hay un reloj que muestre dicho crecimiento.

Muchas personas piensan que, independientemente de cuán deprimentes sean las pesadas cargas de impuestos, para que los gobiernos paguen por sus gastos es más honesto que eleven los impuestos frente a la alternativa de incurrir en deudas. Estas personas piensan que el endeudamiento es una manera sigilosa de imponer impuestos. “¿Cómo van a devolver el dinero?”, preguntó mi amigo, “piensa en la carga para nuestros hijos y nietos”.

Debo decir que mi amigo es de edad muy avanzada. El horror a la deuda se encuentra particularmente marcado en los ancianos, tal vez por un antiquísimo sentimiento sobre que uno no debe ir al encuentro del creador con una hoja de balance con saldo negativo. También me gustaría añadir que mi amigo es una persona extremadamente bien preparada académicamente, y, por cierto desempeñó un papel prominente en la vida pública. Sin embargo, para él las finanzas públicas son un misterio: él sólo tuvo una corazonada sobre que una deuda nacional que alcanza niveles de millones de millones y que crece en  £5.170.00 cada segundo era algo muy malo.

No hay que atribuir esta corazonada a un supuesto analfabetismo financiero. Este sentimiento ha estado recibiendo un fuerte apoyo de quienes supuestamente están bien versados en temas de finanzas públicas, en especial desde el colapso económico de la deuda nacional en el año 2008. Hoy en día, la deuda de Gran Bretaña se sitúa en el 84% del PIB. Esta cifra está peligrosamente cerca del umbral del 90% identificado por el economista de Harvard Kenneth Rogoff, más allá del cual, según este economista, el crecimiento económico se estanca. Las propiedades mágicas de este número nunca fueron reveladas adecuadamente, y se pusieron en duda los datos que apoyan dicha conclusión, por decir lo menos al respecto.

Pero Rogoff no se ha retractado de su afirmación, y ahora proporciona una razón para su alarma. Considerando que la deuda del gobierno de EE.UU. representa actualmente el 82% del PIB, el peligro es un “desplazamiento rápido hacia el alza en las tasas de interés”. Los costos fiscales “potencialmente masivos” de esto bien podrían requerir “ajustes fiscales y de gasto significativos” (este es un eufemismo utilizado por los economistas para indicar que se aumentarán los impuestos y se reducirá el gasto público), lo que, a su vez, aumentaría el desempleo.

Esta es la pata financiera del familiar argumento del “efecto desplazamiento” (en inglés “crowding out”). Cuanto mayor sea la deuda nacional, de acuerdo con este punto de vista, mayor es el riesgo de incumplimiento por parte del gobierno – y por lo tanto, mayor será el costo que pague el gobierno por endeudamiento fresco. Esto, a su vez, elevará el costo para los nuevos endeudamientos que contraiga el sector privado. (Por esta razón Rogoff quiere que el gobierno de Estados Unidos “congele” la actual tasa de interés baja, mediante la emisión de deuda a un plazo mucho más largo para financiar infraestructura pública). El mantenimiento de tasas de interés bajas para los préstamos que otorga la banca privada ha sido uno de los principales argumentos a favor de la reducción de los déficits presupuestarios.

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Pero este argumento – o conjunto de argumentos (hay diferentes corrientes) – a favor de la austeridad fiscal no es válido. Un gobierno que pueda emitir deuda en su propia moneda puede fácilmente mantener tasas de interés bajas. Las tasas están vinculadas a preocupaciones sobre la inflación, la expansión excesiva del sector estatal, y la independencia del banco central; pero, con nuestros niveles relativamente bajos de deuda (la deuda de Japón asciende a más de 230% de su PIB) y nuestra producción e inflación deprimidas, estos límites son bastante distantes en el Reino Unido y EE.UU. Y, como sustenta la historia, los aumentos continuos en la deuda nacional de ambos países desde el colapso se han visto acompañados por una caída en el costo de los préstamos que toma el gobierno a niveles de casi cero.

La otra pata del argumento a favor de la reducción de la deuda nacional tiene que ver con “la carga para las generaciones futuras”. El presidente de E.E.U.U. Dwight Eisenhower expresó este pensamiento sucintamente en su mensaje sobre el Estado de la Unión en el año 1960: generar un excedente para reembolsar la deuda fue una necesaria “reducción de la hipoteca heredada por nuestros hijos”. La idea es que las generaciones futuras tendrán que reducir su consumo con el fin de pagar los impuestos requeridos para reembolsar la deuda pendiente: los déficits públicos de hoy tienen un “efecto desplazamiento” sobre el consumo de la próxima generación.

Aunque los gobiernos han repetido sin cesar este argumento desde el colapso del año 2008 como una justificación para el endurecimiento de la política fiscal, el economista A. P. Lerner señaló hace años la falacia del mismo. La carga de la reducción en el consumo para pagar por el gasto del gobierno es efectivamente llevada por la generación que presta al gobierno el dinero en primer lugar. Esto está muy claro si el gobierno simplemente recauda los fondos que necesita para su gasto a través de impuestos, en vez de tomar dinero prestado.

Asimismo, la idea de que el gasto adicional del gobierno, ya sea financiado mediante impuestos o mediante préstamos, necesariamente va a reducir el consumo privado por la misma cantidad supone que no se recibirá un flujo de ingresos adicional proveniente del gasto público extra – en otras palabras, que la economía ya está funcionando a su capacidad plena. Este no ha sido el caso en la mayoría de los países desde el año 2008.

Sin embargo, frente a un testimonio tan pesado, aunque falaz, que argumenta todo lo contrario, ¿quién soy yo para convencer a mi amigo anciano sobre que debe ignorar su corazonada cuando piensa sobre el tema de la deuda nacional?

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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