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LONDRES – Un terremoto está sacudiendo la escena política tradicionalmente plácida de Alemania, después que las elecciones el pasado mes de octubre en el estado oriental de Turingia generaron un atolladero que seguía sin resolverse hasta principios de este mes, cuando un liberal no favorito fue electo ministro-presidente con ayuda del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) y los políticos locales de la Unión Demócrata Cristiana (CDU). La cooperación de la CDU con AfD constituyó un rompimiento importante con el consenso alemán de posguerra que descartaba la cooperación de los partidos tradicionales con la extrema derecha, y produjo encono en todo el espectro político.
Varios funcionarios a nivel estatal posteriormente renunciaron, pero el mayor shock se produjo el 10 de febrero, cuando Annegret Kramp-Karrenbauer, la líder nacional de la UDC y la sucesora designada por la canciller Angela Merkel, abruptamente presentó la renuncia. AKK, como se la conoce a Kramp-Karrenbauer, cayó porque no había podido frenar a los políticos de la CDU de Turingia. Pero ya había cometido varios errores desde que se convirtió en líder del partido en 2018 (incluidos comentarios sobre la necesidad de censurar Internet) y como ministra de Defensa de Merkel (al proponer una solución para el conflicto sirio-turco sin consultar al ministro de Relaciones Exteriores). Como resultado de ello, su índice de aprobación en las encuestas se había derrumbado mucho antes de la votación de Turingia.
La renuncia de AKK ha reabierto la búsqueda de un potencial sucesor de Merkel. Entre quienes ya perciben una oportunidad está el ministro de Salud, Jens Spahn, el político devenido financista Friedrich Merz y Armin Laschet, el premier de Renania del Norte-Westfalia, el estado más poblado de Alemania. Con una elección parlamentaria que tendrá lugar en 2021, la CDU necesitará elegir un nuevo líder para fines de este año –y AKK dejó en claro que esta persona también debería ser el principal candidato a canciller del partido.
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