Del poder del pueblo al poder de Putin

Al asistir la semana pasada en París a una modesta, pero digna, ceremonia conmemorativa en honor de la periodista rusa Anna Politkovskaya –mujer de un "valor sin límites", como dijo su editor francés–, recordé otro tributo póstumo en el que participé hace casi diecisiete años en Moscú. A diferencia de Politkovskaya, el gran científico y activista en pro de los derechos humanos Andrei Sajarov no había sido asesinado y el tributo que se le rindió entonces parecía la celebración de una nueva época. Se estaba pasando otra página, que estaba llena de incertidumbre, pero también de la esperanza de que Rusia fuera camino de ser un "país normal".

Esa página es la que probablemente haya quedado definitivamente clausurada con el asesinato de Politkovskaya. Lo que el grupo de intelectuales congregados en París lloraba era su esperanza de una Rusia diferente. Estábamos enterrando el sueño colectivo de intelectuales y demócratas sobre una Rusia en la que la libertad y el imperio de la ley arraigaran y florecieran, tras un largo y frío invierno soviético. Los retratos de Politkovskaya, como una multitud de espejos, nos devolvían a una realidad mucho más tenebrosa. Se había acabado el sueño. Lo más probable es que nunca hubiera sido realizable.

Lo que hoy presenciamos es una historia totalmente distinta. Rusia está comprando –literalmente– su reingreso en el sistema internacional como un protagonista preeminente que está recuperando poder e influencia al substituir las armas nucleares por petróleo y gas y el miedo por la avaricia. El equilibrio del terror de la era soviética ha cedido el paso a una dependencia energética unilateral a favor de Rusia. Con su enorme flujo de dinero constante, los multimillonarios rusos están comprando propiedades suntuosas en todo el mundo y Rusia está comprando a alemanes destacados, como el ex Canciller Gerhard Schroeder, si no el apoyo de la propia Alemania.

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