Comercio libre con rostro humano

CIUDAD DE MÉXICO – Aunque muchos americanos creen que la inmigración es un asunto interno que se debe excluir de las negociaciones con otros gobiernos, no es eso lo que opinan otras naciones... ni los Estados Unidos. De hecho,  este país negoció su primer acuerdo sobre inmigración en 1907, mantuvo durante más de dos decenios un polémico tratado con México sobre la inmigración y ha seguido celebrando conversaciones y concertando acuerdos incluso con Fidel Castro desde comienzos del decenio de 1960.

Para muchas naciones latinoamericanas y no sólo para México, la inmigración es el asunto más importante en sus relaciones con los Estados Unidos. Todas las islas del Caribe tienen una proporción igualmente importante de sus ciudadanos que residen en los EE.UU. y dependen tanto como México de sus transferencias. Lo mismo es aplicable a gran parte de la América central y ninguna zona de Sudamérica está exenta de esa tónica.

De modo que casi toda la América latina se ve profundamente afectada por el ambiente actual en materia de inmigración en los EE.UU. y se beneficiaría en gran medida del tipo de reforma general de la inmigración que tanto John McCain como Barack Obama han apoyado. En la América latina se considera hipócrita y ofensiva la lamentable decisión del gobierno de Bush de construir alambradas a lo largo de la frontera entre los Estados Unidos y México, hacer redadas en los lugares de trabajo y en las viviendas y detener y deportar a los extranjeros indocumentados. Se trata de una cuestión tanto más dolorosa y decepcionante cuanto que la mayoría de los ministros latinoamericanos de Asuntos Exteriores saben más que de sobra que esas actitudes son pura política y nada más.

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