NUEVA YORK – Seamos claros: la COVID-19 se difundió inicialmente por el mundo gracias a viajeros adinerados que volvían a sus hogares de cruceros, vacaciones de esquí en el exterior y conferencias internacionales, pero muchos prefieren culpar equivocadamente a los inmigrantes en su lugar, a menudo con atroces consecuencias.
Por ejemplo, las milicias yemeníes esta primavera atacaron a miles de inmigrantes etíopes, acusándolos de difundir el coronavirus. Arabia Saudita expulsó a inmigrantes africanos masivamente y hubo caseros chinos que echaron a africanos de sus hogares en la ciudad de Cantón. Estados Unidos también deporta regularmente a inmigrantes centroamericanos y caribeños a sus países de origen, a menudo después de que se infectaran en las instalaciones de detención estadounidenses. Malasia arrestó a cientos de inmigrantes indocumentados —entre ellos, a refugiados rohinyás— mientras no sorprende que miembros del gobierno del primer ministro indio Narendra Modi hayan culpado a los musulmanes por llevar el virus a la India.
El uso de los inmigrantes como chivos expiatorios es en sí una pandemia. No solo resulta inmoral, sino que atenta contra nuestra capacidad para controlar al virus e ignora el papel fundamental de los inmigrantes en esas tareas. Incluso cuando ahora se reconoce a muchos inmigrantes como trabajadores esenciales, ellos (y muchos grupos minoritarios) sufren desproporcionadamente por la COVID-19, con tasas de contagio que a menudo duplican o triplican las de otros grupos, principalmente por estar expuestos a condiciones de trabajo inseguras y de explotación.
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Exactly one year ago, it was still unclear whether Europeans would be able to come together to support Ukraine in the face of Russian aggression. But, following the latest announcements of stepped-up military aid, there can no longer be any doubt about Europe's willingness to furnish what Ukraine needs to win.
explains why continued military support and other forms of assistance remain critical.
The Russian state’s ideological madness and reversion to warlordism have been abetted by a religious fundamentalism that openly celebrates death in the name of achieving a god-like status. As Vladimir Putin’s propagandists are telling Russians, “Life is overrated.”
traces the religious and intellectual roots of the Kremlin’s increasingly morbid war propaganda.
NUEVA YORK – Seamos claros: la COVID-19 se difundió inicialmente por el mundo gracias a viajeros adinerados que volvían a sus hogares de cruceros, vacaciones de esquí en el exterior y conferencias internacionales, pero muchos prefieren culpar equivocadamente a los inmigrantes en su lugar, a menudo con atroces consecuencias.
Por ejemplo, las milicias yemeníes esta primavera atacaron a miles de inmigrantes etíopes, acusándolos de difundir el coronavirus. Arabia Saudita expulsó a inmigrantes africanos masivamente y hubo caseros chinos que echaron a africanos de sus hogares en la ciudad de Cantón. Estados Unidos también deporta regularmente a inmigrantes centroamericanos y caribeños a sus países de origen, a menudo después de que se infectaran en las instalaciones de detención estadounidenses. Malasia arrestó a cientos de inmigrantes indocumentados —entre ellos, a refugiados rohinyás— mientras no sorprende que miembros del gobierno del primer ministro indio Narendra Modi hayan culpado a los musulmanes por llevar el virus a la India.
El uso de los inmigrantes como chivos expiatorios es en sí una pandemia. No solo resulta inmoral, sino que atenta contra nuestra capacidad para controlar al virus e ignora el papel fundamental de los inmigrantes en esas tareas. Incluso cuando ahora se reconoce a muchos inmigrantes como trabajadores esenciales, ellos (y muchos grupos minoritarios) sufren desproporcionadamente por la COVID-19, con tasas de contagio que a menudo duplican o triplican las de otros grupos, principalmente por estar expuestos a condiciones de trabajo inseguras y de explotación.
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