skidelsky105_Patrick Aventurier_GettyImages_nice Patrick Aventurier/Getty Images

El fracaso de migración libre

LONDRES – El horrendo atentado en Niza contra una multitud que celebraba el Día de la Bastilla perpetrado por un hombre franco-tunecino, en el que murieron 84 personas y cientos más fueron heridas, dará a la líder del Frente Nacional Marine Le Pen un gran impulso en las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo la próxima primavera. No importa si el asesino, Mohamed Lahouaiej Bouhlel, tenía o no algún vínculo con el islamismo radical. A lo largo y ancho de todo el mundo occidental, existe una mezcla tóxica de inseguridad física, económica y cultural que ha ido alimentando políticas y sentimientos anti migratorios, precisamente en el momento en que la desintegración de los Estados post-coloniales a lo largo de la media luna islámica produce un problema de refugiados en una escala nunca antes vista desde la Segunda Guerra Mundial.

Durante los últimos 30 años, poco más o menos, un punto de referencia clave de las sociedades liberales democráticas fue su apertura a los recién llegados. Sólo los fanáticos no podían entender que la inmigración beneficia a ambos: anfitriones y migrantes; por esta razón, la tarea de los líderes políticos fue mantener las opiniones de dichos fanáticos fuera de las corrientes dominantes y facilitar la integración o asimilación de los migrantes. Lamentablemente, la mayoría de las elites occidentales no apreciaron las condiciones para el éxito.

Si bien el movimiento de personas ha sido una constante durante la historia de la humanidad, ese movimiento tuvo lugar prácticamente sin derramamiento de sangre, sólo hubo algún problema cuando las personas llegaban a territorios poco desarrollados o poblados. Un caso clásico fue las emigraciones del siglo XIX desde Europa al Nuevo Mundo. Entre 1840 y 1914, 55 millones de personas abandonaron Europa con dirección a las Américas – un desplazamiento mucho más grande, si se lo considera como proporción del total de la población, que la migración a partir de la Segunda Guerra Mundial. Casi todas las personas que salían fueron migrantes económicos, quienes se sentían expulsados fuera de sus países por el hambre y la depresión agrícola y se vieron atraídos al Nuevo Mundo por la promesa de recibir tierras gratis y una vida mejor.

A medida que el mundo se industrializó y se llenó de personas, el flujo poblacional desde países desarrollados a las zonas en desarrollo se invirtió. La pobreza y el hambre continuaron siendo los factores que expulsaban a los migrantes, llevándolos a salir de los países pobres; en ese momento, sin embargo, el factor de atracción no fue recibir tierras gratis, sino optar por mejores puestos de trabajo en los países desarrollados.

Este último factor fue el que creó las tensiones presentes hoy en día. Después de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos occidentales idearon políticas que tenían como objetivo equilibrar los beneficios económicos de la inmigración (mano de obra barata) con la protección de los puestos de trabajo y de las formas de vida nacionales. Por ejemplo, entre los años 1955 y 1973, Alemania Occidental admitió 14 millones de “trabajadores invitados”, en gran parte procedentes de Turquía. Pero, aunque se esperaba que los huéspedes retornaran a sus países de origen después de dos años, los controles se debilitaron gradualmente como parte de la corriente general de libre comercio y libre circulación de capitales.

Junto a los motivos económicos para la migración siempre hubo otro motivo importante: la persecución, tanto étnica, religiosa y política. Los ejemplos incluyen la expulsión de los judíos de España en el año 1492, de los hugonotes de Francia en el 1685, de los alemanes y de otros de Europa del Este después de la Segunda Guerra Mundial, de algunos palestinos de Israel en el año 1948, así como de personas originarias de la India de Uganda en la década de 1970.

Subscribe to PS Digital
PS_Digital_1333x1000_Intro-Offer1

Subscribe to PS Digital

Access every new PS commentary, our entire On Point suite of subscriber-exclusive content – including Longer Reads, Insider Interviews, Big Picture/Big Question, and Say More – and the full PS archive.

Subscribe Now

En los últimos años, los refugiados principalmente huyeron ya sea de la persecución extrema o de la inseguridad extrema que ocurre tras la desintegración del Estado. Vimos esto en los Balcanes en la década de 1990, y en Afganistán y el Cuerno de África en la década del 2000. Los cinco millones de sirios que ahora están en Turquía, Líbano y Jordania son el más reciente y más dramático ejemplo de este patrón.

Para esta tipo de migrante, los factores de expulsión son, de lejos, los más importantes. Pero la línea que distingue entre quienes son refugiados y quienes son migrantes económicos se hace borrosa con el tiempo. La historia indica que la mayoría de los refugiados no regresan a su país de origen. Se tarda demasiado tiempo para que el sentimiento de inseguridad extrema disminuya; y, durante dicho período, el atractivo de una vida mejor se afianza.

Esto explica un hecho importante acerca de la percepción popular: la mayoría de las personas en los países de acogida no distinguen entre migrantes económicos y refugiados. A ambos se los ve típicamente como demandantes de los recursos existentes, no como creadores de nuevos recursos. La fuga de asiáticos desde Kenia oriental durante la campaña de “africanización” de ese país llevó de manera directa a la aprobación de la legislación anti-inmigración del Reino Unido en el año 1968.

Esta perspectiva histórica sugiere tres conclusiones. En primer lugar, el sentimiento anti-inmigrante no sólo se basa en prejuicios, ignorancia u oportunismo político. El lenguaje anti-inmigrante no es sólo una construcción social. Las palabras no son espejos de cosas que están “por ahí”, sino son palabras que tienen alguna relación con este tipo de cosas. No se puede manipular algo a menos que haya algo para manipular. Tenemos pocas posibilidades de cambiar las palabras a menos que alteremos las realidades a las que se refieren.

En segundo lugar, la era de los movimientos masivos no regulados de poblaciones está llegando a su fin. Como hace patente la votación Brexit, la clase política de Europa subestimó en gran manera las tensiones causadas por la libre circulación a través de las fronteras – un santo y seña del fallido proyecto neoliberal para maximizar una asignación de recursos basada en el mercado.  Los críticos del neoliberalismo no pueden liberar constantemente a los movimientos poblacionales de las regulaciones. De hecho, el defecto fatal de la libre circulación en la UE es que siempre presupone que hay un Estado que va a administrar esa circulación. No existe dicho Estado. Otorgar a las personas un pasaporte de la UE no legitima un mercado laboral único, por lo que los “frenos de emergencia” relativos a la migración dentro de la UE son inevitables.

En tercer lugar, tenemos que aceptar el hecho de que la mayoría de los refugiados que llega a la UE no va a volver a sus países de origen.

El camino a seguir es difícil. Los pasos más fáciles son los que aumentan la seguridad de los votantes, en el sentido más amplio, debido a que tales políticas están bajo el control de los líderes políticos. Estas medidas incluirán no sólo un límite máximo en la cantidad de inmigrantes económicos, sino también un límite para las políticas que conducen a la expectativa de pleno empleo y continuidad de ingresos. Sólo si se disminuye la inseguridad económica de los votantes existiría alguna esperanza para las políticas activas que tienen el objetivo de asimilar o integrar a los refugiados, cuyas cantidades no pueden ser controladas directamente por los líderes occidentales.

El problema no resuelto es cómo reducir los factores que expulsan a las personas de sus propios países.

Podemos esperar que el desarrollo económico en Europa del Este –  o en México – llegue a equiparar las condiciones en un nivel suficiente que termine con los flujos netos de una región a otra; sin embargo, es más desalentador terminar el flujo de refugiados procedentes de Oriente Medio y África en su conjunto. La restauración del orden y la creación de una autoridad legítima son condiciones previas para el desarrollo económico, y no sabemos cómo se logrará esto. En algunos casos, se puede requerir  un rediseño de fronteras. Pero es difícil ver que esto suceda sin que transcurran años de lucha, así como es también difícil saber cómo podría el Occidente reducir el derramamiento de sangre.

A mi entender hay algo que parece ser cierto: sin un aumento de seguridad en ambos extremos, la violencia política proveniente del mundo islámico se derramará sobre sus vecinos más cercanos en Europa.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

https://prosyn.org/tgsGG9mes