817e2a0446f86f380ea73824_m1662c.jpg Barrie Maguire

El problema con Corea del Norte

NUEVA YORK – Nadie se preocuparía demasiado por Corea del Norte, país pequeño y aislado de 24 millones de habitantes, gobernado por una dinastía grotesca que se declara comunista, si no fuera por sus armas nucleares. Su gobernante actual, Kim Jong-un, el nieto, de treinta años de edad, del fundador de Corea del Norte y “Gran Dirigente”, está amenazando ahora con convertir a Seúl, la rica y bulliciosa capital de Corea del Sur, en “un mar de fuego”. Las bases militares americanas de Asía y del Pacífico están también en su lista de blancos.

Kim sabe perfectamente que una guerra contra los Estados Unidos significaría probablemente la destrucción de su propio país, que es uno de los más pobres del mundo. Su gobierno ni siquiera puede alimentar a su propio pueblo, periódicamente devastado por el hambre. En la capital, Pyongyang, escaparate del país, ni siquiera hay electricidad suficiente para mantener las luces encendidas en los hoteles grandes. Así, pues, amenazar con atacar al país más poderoso del mundo podría parecer un acto de locura.

Pero no es útil ni verosímil siquiera suponer que Kim Jong-un y sus asesores militares están locos. Desde luego, hay algo perturbado en el sistema político de Corea del Norte. La tiranía de la familia Kim se basa en una mezcla de fanatismo ideológico, realpolitik perversa y paranoia, pero ese brebaje letal tiene una historia, que conviene explicar.

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