Incluso el Alguacil Honra la Ley

Durante un tiempo Estados Unidos (EU) ha parecido tener la intención de descartar el instrumento ordenador básico de las relaciones entre Estados: los tratados internacionales y las instituciones que los vigilan. El tratado de Misiles Antibalísticos (ABM) realizado con la antigua Unión Soviética y que prohibe la defensa antimisiles ha sido cancelado. Un protocolo que busca supervisar la prohibición de la producción de armas biológicas fue rechazado. El Protocolo de Kyoto sobre cambio climático fue declarado inaceptable para EU. El Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares -negociado con la participación primordial de EU- ha sido descartado. El proyecto de una corte internacional de justicia es ridiculizado y minimizado.

En efecto, cuando Rusia demandó que las limitantes acordadas para las cabezas nucleares estratégicas se delinearan en un documento que coprometiera tanto a Moscú como a Washington, EU se rehusó, prefiriendo una vaga declaración de principios en su lugar. Los convenios internacionales, comunicó el gobierno de Bush, son quizá buenos para potencias menores, pero son una inaceptable restricción de la libertad de acción de la única superpotencia del mundo.

No es sólo la duradera disposición de EU para usar su inigualable poder en formas generalmente benignas para la estabilidad internacional lo que debería calmar los temores sobre tal tendencia; ni el otro fenómeno familiar consistente en que los gobiernos estadounidenses tienden a empezar con la ideología antes de llegar al pragmatismo. No estamos atestiguando una revisión copérnica de las órbitas de la diplomacia global. Pues, aunque un mundo sin tratados e instituciones afectaría más a la mayoría de los otros países, afectaría al poderoso EU también.

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