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Europa debe evitar el pesimismo autocumplido

MADRID – Durante la última década, las inevitables reflexiones y predicciones de fin de año se han vuelto más y más sombrías. Y es comprensible ser pesimista; razones no faltan: desde el significativo aumento de la desigualdad, y más aún de la percepción de desigualdad en las sociedades de nuestro entorno, o la erosión sostenida de los valores y principios de gobierno democrático, hasta la velocidad de la transformación tecnológica de nuestras economías y nuestras comunidades. Todo ello genera sensación de impotencia e inseguridad. Pero no debemos permitir que predicciones pesimistas se conviertan en profecías autocumplidas.

En la Unión Europea tenemos un buen ejemplo de esta situación. El declive de su influencia internacional ha llevado a los europeos a sentirse cada vez más impotentes, como personas, como naciones y como bloque. Carente de una visión unificadora para el futuro, la UE ha perdido vitalidad, atenazada por la pasividad y el miedo envueltos de nostalgia.

Pero el pasado que muchos europeos añoran nunca existió en realidad, y el presente que rechazan no es la catástrofe que se representa: Europa sigue siendo una superpotencia económica y regulatoria, con un inmenso potencial diplomático. Para un futuro en consonancia, los europeos han de interiorizar sus recursos y recuperar la autoconfianza colectiva.

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