Utopías desgarradoras

MADRID – Emigró de Argelia buscando una vida mejor. Llegó a París para escapar de la pobreza, de la marginación y la falta de futuro. Logró un trabajo de baja cualificación, tuvo hijos y también nietos. Ellos ya eran franceses, tuvieron derecho a la educación y a la sanidad, pero para ellos ya no era suficiente tener un techo digno y agua caliente en casa. Vivían en un país en el que no lograron integrarse, en barriadas con muchas familias como la suya, sin un ascensor social que les asegurara el futuro. Su paraíso estaba roto. Buscaron una utopía y fue la peor de las posibles.

Esta historia se ha repetido millones de veces en los países de Europa occidental. La gran mayoría de las veces termina formando bolsas de pobreza y exclusión. En el peor de los casos, acaba en las redes de captación de grupos terroristas, criminales, radicales o fanáticos, que ofrecen lo que la sociedad en la que viven no ofrece: sentido de pertenencia, identidad, objetivos vitales y búsqueda de ilusión; pero también mentiras, autodestrucción y muerte.  

Los atentados de París y la operación antiterrorista en Bélgica han puesto a Europa frente al espejo. Los emigrantes de segunda o tercera generación, ya ciudadanos europeos de pleno derecho, están en el punto de mira. La falta de integración, es decir, la exclusión social, es el problema que subyace y el que necesita ser arreglado cuanto antes. Está indisolublemente asociado a la creciente desigualdad que golpea, como consecuencia de la crisis, a Europa.

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