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La democracia turca todavía late

MADRID – Es evidente que las relaciones entre Turquía y Occidente están atravesando un momento extremadamente delicado. La creciente volatilidad de la política exterior turca es un síntoma de la coyuntura internacional, que parece conducirnos marcha atrás hacia un escenario de potencias globales y regionales en permanente fricción. En los últimos tiempos esta tendencia se ha acelerado y, análogamente, el cisma entre Turquía y sus teóricos aliados occidentales se ha ensanchado unos cuantos metros más.

La causa principal ha sido la entrega a Turquía de los primeros componentes del sistema ruso de defensa antiaérea S-400, que la OTAN considera incompatible con sus sistemas de defensa. Estados Unidos añade que el S-400 no puede coexistir con su nuevo caza F-35, pretendido por Turquía y otros miembros de la Alianza Atlántica. Como represalia, Washington ha expulsado del consorcio del F-35 a Turquía y está contemplando someterla a sanciones.

El presidente turco Recep Tayyip Erdoğan ha hecho poco por templar los ánimos. Sus amenazas de intervenir militarmente en el noreste de Siria han inquietado a Estados Unidos, que ha tratado de ganar tiempo a través de un acuerdo preliminar —y poco concreto— con Turquía para el establecimiento de una zona segura. Las fuerzas kurdas que dominan la región, y que fueron un aliado clave de Estados Unidos en la lucha contra el Estado Islámico, ahora esperan que el presidente Trump no les deje en la estacada.

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