Electric car charging Sergei Fadeichev/Getty Images

Un mundo sin tubos de escape

SAN JOSÉ – El movimiento eficiente de las personas es crucial en cualquier sociedad. El buen funcionamiento de las redes de transporte impulsa el desarrollo económico y literalmente une a la gente. Pero en muchas partes del mundo, la movilidad es asunto de vida o muerte: es sucia, insegura y caótica. La contaminación y la congestión derivadas de camiones, autobuses y autos suponen peligros diarios para millones de personas, especialmente en los países emergentes.

Felizmente, se acercan grandes cambios al modo en que los seres humanos nos trasladamos. Por primera vez desde la invención del motor de combustión interna moderno a mediados del siglo XIX, su desaparición está a la vista. Las automotrices han anunciado planes para la fabricación de numerosos modelos eléctricos, y en varios países europeos los políticos han puesto fecha de vencimiento a los autos a gasolina o diésel, decisión que las dirigencias de la India y China planean imitar.

Empresas de todo el mundo se aventuran a predecir que la movilidad eléctrica es el futuro del transporte. Incluso las más perjudicadas por el abandono de los combustibles fósiles entienden que el vehículo eléctrico es inevitable. En julio, hasta Ben van Beurden, director ejecutivo de Shell, admitió que su próximo auto será eléctrico.

Una conclusión a la que están llegando muchos más; y los que venimos defendiendo el auto eléctrico como una de las soluciones al cambio climático estamos casi seguros de que se avecina un punto de inflexión. Los últimos años, hubo un aumento impresionante de ventas de vehículos eléctricos; en 2016 se registraron unos 750 000, casi la mitad de ellos en China.

Sin embargo, la naturaleza humana se resiste al cambio, y muchos compradores potenciales siguen en la duda. Por eso, en los próximos años hay que priorizar la modificación de las preferencias de consumo. Hacen falta algunos cambios para que el uso y la venta de vehículos eléctricos sigan creciendo.

Para empezar, los consumidores deben dejar de pensar que la movilidad no contaminante es sólo para personas ricas que viven en países desarrollados. Cada año, mueren 6,5 millones de personas por respirar aire contaminado, y el 92% de la población mundial vive en lugares con aire insalubre. Las emisiones de los vehículos son uno de los principales factores de la contaminación del aire. Invertir en movilidad eléctrica y la infraestructura relacionada (lo que incluye transporte público electrificado, estaciones de carga y programas de uso compartido del auto eléctrico) no perjudicará el desarrollo, sino que lo favorecerá.

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El apoyo a esa inversión depende de que se abandone la falsa promesa de los combustibles fósiles “limpios”. Algunos representantes de la industria insisten en que no estamos listos para un despliegue a gran escala del auto eléctrico, y que es mejor aumentar la eficiencia de los motores a gasolina y diésel (lo oímos todo el tiempo en boca de los distribuidores de autos en América latina). Pero esta idea es inexacta e interesada.

He tenido la suerte de experimentar por mí misma la sensación de la movilidad eléctrica y sus ventajas respecto del motor gasolinero o diésel. He viajado miles de kilómetros por varios países usando exclusivamente vehículos eléctricos. El conductor que experimenta la limpieza, el silencio y el poder de esta tecnología ya no quiere devolver las llaves del auto. Gobiernos y asociaciones de consumidores en todo el mundo deben colaborar para poner esta experiencia inspiradora al alcance de más personas.

Finalmente, es necesario resolver los desequilibrios estructurales que subsisten en las políticas de transporte. En pocas palabras: los que más padecen la movilidad “sucia” son los que tienen menos influencia política. Por ejemplo, en el Reino Unido los que más caminan o toman el autobús suelen ser los más pobres; eso lleva a que el desarrollo de transporte público no contaminante no sea prioridad de los dirigentes. Para convencerlos de lo contrario, los activistas deben insistir en la defensa de los beneficios económicos y sociales de la movilidad no contaminante, por ejemplo, sus efectos positivos sobre la salud pública.

Los cambios llevarán tiempo. En Costa Rica, la organización a la que pertenezco trabaja para alentar a empresas y gobiernos a firmar un “pacto de movilidad eléctrica” que estimule la inversión en infraestructura de transporte eléctrico. A inicios de 2018 abriremos un registro en Internet, con la esperanza de que al terminar el próximo año se nos hayan unido al menos cien organizaciones públicas y privadas. La legislatura costarricense también debate un proyecto de ley que proveería incentivos fiscales al transporte eléctrico.

Otros países de América latina están hallando modos propios de promover la movilidad eléctrica. En Chile, por ejemplo, el énfasis está puesto en la energía solar y en el vínculo entre la minería y la fabricación de vehículos eléctricos.

Pero para acelerar la adopción del auto eléctrico no bastan cambios desde la política; es necesario que los compradores adopten una nueva narrativa de la movilidad limpia. En Costa Rica, nos enorgullecemos de que casi toda la electricidad del país se origina en fuentes renovables, como la hidroeléctrica, la geotérmica y la eólica. Esto nos alienta a liderar la transición global del motor de combustión al uso de autos, autobuses y trenes eléctricos. Los costarricences luchamos por conseguir “un país sin muflas” (tubos de escape). Extender esa búsqueda a todo el mundo es el objetivo final.

Es verdad que promover el reemplazo del obsoleto motor de combustión no dejará de ser una batalla cuesta arriba. Pero nuevas tecnologías (por ejemplo, mejores baterías y estaciones de carga más rápidas) ayudarán a acelerar la transición. Igual que el director ejecutivo de Shell, yo también creo que la transición a la movilidad eléctrica es inevitable. Lo que hoy vemos en las calles es sólo el comienzo.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/lAjdoIies