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La concubina del economista

LONDES – En las últimas décadas, la economía ha estado colonizando el estudio de actividades humanas hasta ahora consideradas ajenas al cálculo formal. Eso que los críticos llaman «imperialismo de la economía» ha dado lugar al surgimiento de la economía del amor, del arte, de la música, del lenguaje, de la literatura y de muchas otras cosas.

La idea unificadora que subyace a esta extensión de la economía es que independientemente de lo que haga la gente —se trate de hacer el amor o de fabricar artilugios técnicos— procura lograr los mejores resultados con el menor costo. Estos beneficios y costos se pueden reducir a dinero y la gente, entonces, siempre busca la mejor rentabilidad financiera para sus transacciones.

Esto va en contra de la popular separación de actividades entre aquellas en que es correcto (y racional) considerar el costo y aquellas en que la gente no lo hace (y no debiera hacerlo). Decir que los asuntos del corazón están sujetos al frío cálculo implica, según los críticos, equivocarse. Pero en el frío cálculo, replican los economistas, reside exactamente la respuesta.

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