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La opción Tito de Europa del este

LONDRES – Las historias de éxito en lo que la Unión Europea llama “el vecindario” no han sido fáciles. Primero Georgia, luego Ucrania y más recientemente Moldavia han sido grandes esperanzas de la UE. Pero, en cada caso, esas esperanzas se desvanecieron. Desafortunadamente para la UE, la cumbre anual de este año con Ucrania (el 22 de noviembre) probablemente ponga de manifiesto este fracaso.

Esa cumbre se produce en un momento auspicioso, cuando la UE revisa su Política del Vecindario Europeo (lanzada en 2004) y la Sociedad del Este (lanzada en 2009), en vísperas de una segunda gran cumbre en Budapest bajo la presidencia húngara de la UE en mayo de 2011. Pero Francia se ha demorado a la hora de facilitar los requerimientos de visado para los ucranianos, y los negociadores de la UE están frustrados ante la falta total de avance hacia el Acuerdo Profundo de Libre Comercio, por la que responsabilizan, con razón, a los “oligarcas” ucranianos que han regresado al poder desde que Viktor Yanukovich se convirtió en presidente en febrero.

Durante mucho tiempo, un problema fue la falta de entusiasmo de parte de la UE por una mayor expansión en la región. Más recientemente, la UE también tuvo que enfrentar la realidad de competir con Rusia en lo que el presidente Dmitri Medvedev llama la “esfera de intereses privilegiados” de Rusia. Cada vez más, sin embargo, el problema es con los propios estados de Europa del este.

Primero, estos son estados nuevos cuya soberanía muchas veces fue refutada desde su nacimiento en 1991, y nunca dejó de ser débil. Su independencia fue el resultado del colapso de la URSS y, si bien algunos tuvieron revoluciones nacionales, en la mayoría las elites soviéticas y la cultura política prevalecieron de manera afianzada. La corrupción es moneda corriente, la captura estatal por parte de poderosos intereses personales es la norma y la efectividad y capacidad institucional para la reforma son débiles.

Segundo, tienen las economías de los estados débiles. Con la excepción crucial de Azerbaiján, rico en energía, tienen escasos recursos naturales o industrias de alto valor, y cuentan con importantes sectores agrícolas. También dependen de las rentas económicas o de los derivados rusos y ellos mismos no suman valor agregado –Ucrania obtiene ganancias del tránsito del gas; Bielorrusia, de la refinación de petróleo.

Muchos venden materias primas o productos básicos –Ucrania, acero, por ejemplo- donde la competitividad exportadora depende menos de la calidad del producto que de los precios globales de las materias primas. Las dos economías en la región que parecen más exitosas –Bielorrusia y Azerbaiján- son los más alejadas del modelo de la UE. Su buena fortuna no se debe a sus políticas domésticas, sino a los hidrocarburos en el caso de Azerbaiján y a los subsidios rusos, en el de Bielorrusia.

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El efecto de emulación que alentó la reforma en Europa central en los años 1990 no está funcionando más al este. A diferencia de los candidatos al acceso a la UE de los años 1990, los estados de Europa del este y el Cáucaso tienen pocos incentivos o capacidad para adoptar el cuerpo de leyes de la Unión, el acquis communautaire, y ascender en la cadena de valor.

Tercero, si bien sin ninguna duda protestarían a viva voz ante semejante descripción, se cree que los estados como Ucrania son más equilibristas que ensambladores. Jugar un juego de equilibrio entre Rusia y Occidente le permite a la elite permanecer en el poder y preservar la economía oligarca en un equilibrio de semi-reforma de otra manera perjudicial.

De hecho, los líderes locales son Titos modernos, incapaces de sumarse ni a Europa ni a Rusia, o renuentes a hacerlo. Pero tanto Rusia como Occidente están suficientemente interesados en que alimenten el juego de equilibrio con suficientes recursos para permitirles a los líderes locales eludir a los rivales y excusar su propia falta de reforma.

Algunos son equilibristas a regañadientes. El actual gobierno de Moldavia, la Alianza para la Integración Europea, podría ser mucho más pro-europeo si no hubiera visto cómo Rusia trató a los gobiernos supuestamente pro-occidentales en Georgia y Ucrania antes que a él. Algunos juegan el juego con entusiasmo –irónicamente, el presidente de Bielorrusia, Aleksander Lukashenka, de repente es una especie de modelo de rol regional según esta mirada.

El creciente rol de las otras potencias en la región –Irán y Turquía, pero por sobre todo China- les da a los líderes locales aún más margen de maniobra, particularmente porque, como dijo Lukashenka de un modo característicamente imprudente durante una visita a Beijing, “la inversión de China nunca estuvo atada a cuerdas políticas”.

Cuarto, elementos del “Consenso de Beijing” están ingresando cada vez más a la región por la puerta trasera. Mientras la Ucrania de Yanukovich posterga las reformas democráticas, el ministro de Relaciones Exteriores Kostiantyn Gryshchenko dice que Ucrania debería “usar todo lo mejor de la experiencia de China”, particularmente “la capacidad para pensar y actuar estratégicamente” –lo que, por supuesto, es más fácil en países donde el gobierno no enfrenta ninguna oposición.

La UE puede seguir adelante con su política sin distinciones de ampliación en la región. O puede hacer un mayor esfuerzo para convertir a los equilibristas en ensambladores.

Existen perspectivas genuinas de poder cambiar la estructura de incentivos en estados pequeños como Moldavia, particularmente si la UE puede ayudar a construir capacidades institucionales a largo plazo. Pero, en otras partes de la región, la Unión debería reconocer la realidad de cada juego individual de equilibrio, y trabajar dentro de los límites de lo que es posible para promover los intereses de la UE.

Primero, la UE debería trabajar para “finlandizar” Ucrania, cuya política exterior, como la de Tito, hoy es oficialmente “no alineada”. La expansión de la OTAN está fuera de la mesa de discusión. Yanukovich se ha inclinado hacia Rusia en el corto plazo, pero ya llegó al punto en que necesita otras potencias para equilibrar a Rusia. La UE puede aceptar las limitaciones de la política exterior de Ucrania, y concentrarse al mismo tiempo en ayudar a que transforme sus estructuras económicas y sociales, preservando su democracia.

Una segunda estrategia es “serbianizar” Georgia. Al igual que Serbia y Kosovo, se debería alentar a Georgia, si no a olvidarse de sus provincias rebeldes, al menos abandonar el tipo de política de destino manifiesto que subordina todo a la recuperación de las tierras sagradas, dejando al país en libertad de concentrarse en las reformas internas.

Finalmente, la UE debería trabajar para “franquizar” a Bielorrusia. Al igual que España en los últimos años del dictador, una apertura política es improbable. Pero el modelo económico bielorruso no puede sobrevivir, cuando se proyecta que el déficit comercial supere los 7.000 millones de dólares (14% del PBI) este año. Bielorrusia no puede pedir suficiente dinero prestado para cubrir esto. Como sucedió con España bajo el gobierno de Franco, la economía de Bielorrusia cambiará antes de que lo haga Lukashenka, sentando las bases para un rápido desarrollo una vez que él se haya ido.

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