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Una China seca

ANSHUN, PROVINCIA DE GUIZHOU (CHINA) – Las cataratas de Huangguoshu, en la provincia Guizhou de la China sudoccidental, son un espectáculo magnífico, cuando hay agua. Son las mayores cataratas de Asia y caen por un acantilado de más de 70 metros de altura con una exhibición de espuma, rocío y arcos iris.

Lamentablemente, esa maravilla de la naturaleza ha sufrido recientemente una indignidad. Todas las noches, se corta su curso, como si fueran una fuente de un jardín. Esa parte de la China sudoccidental, conocida por sus abundantes precipitaciones, montañas, ríos y cuevas subterráneos y flora tropical, ha padecido recientemente una sequía que, según dicen muchos, es la peor desde la dinastía Ming.

De modo que, después de que todos los turistas que riegan esa región pobre con considerables ingresos abandonan los miradores situados bajo las cataratas, las autoridades cierran las compuertas que engolfan el río de Aguas Blancas en la represa, situada aguas arriba y peligrosamente baja, y las cataratas dejan de correr. Después, todas las mañanas, antes de que vuelvan a aparecer los turistas, abren de nuevo y sin ceremonias las compuertas, con lo que las cataratas, misteriosamente silenciosas, reviven de repente en un simulacro de normalidad.

La alteración de una parte tan elemental de la estructura natural de esa región da una idea de sólo una de las muchas clases de aberraciones climáticas graves –desde inundaciones y sequías hasta ventiscas fuera de su estación y tormentas de polvo de grandes proporciones– que han estado perturbando a China últimamente. Nadie puede decir con certeza cuáles son sus causas.

Para intentar compensar esas tendencias climáticas alteradas, los funcionarios chinos han lanzado un conjunto sin precedentes de proyectos costosos. Entre ellos figuran los siguientes: el titánico proyecto de trasvase de agua del Sur al Norte, cuyo costo asciende a 55.000 millones de dólares, un esfuerzo ingenieril de grandes proporciones para construir tres canales por los que llevar agua del sur de China, normalmente húmedo, a su árido norte, una campaña generalizada de excavación de pozos cada vez más profundos, otra de plantación de árboles a escala nacional e incluso un empeño de “modificación del clima” en gran escala.

Según Zheng Guoguang, director de la Administración Meteorológica de China, “la ciencia y la tecnología darán respuesta a las plegarias de quienes están pasando por la sequía más grave en decenios”. Dice que dos tercios de los casi 3.000 distritos de China han probado métodos artificiales para inducir más precipitaciones, que a veces han provocado procesos judiciales sobre los derechos de aprovechamiento de las nubes que pasan para obtener agua. Para la aplicación de esas medidas, se han utilizado –informa Zhen– 6.533 cañones, 5.939 lanzadores de cohetes y numerosos aviones a fin de provocar la lluvia, a lo largo de una tercera parte de la superficie de China, con hielo seco, amoníaco y yoduro de plata.

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Pero, ¿pueden de verdad la ciencia y la tecnología resolver unos problemas no  causados exclusivamente por China? Cada vez son más los científicos que están empezando a sospechar que el calentamiento planetario ha causado un cambio radical en las tendencias de las precipitaciones que ahora se ven en toda China. De ser así, este país nunca resolverá por sí solo sequías como la que se da actualmente en Guizhou, independientemente de las dimensiones de los proyectos de ingeniería en gran escala que emprenda el Gobierno o de lo bien organizadas que estén las medidas reparadoras. Al fin y al cabo, los problemas mundiales requieren soluciones mundiales.

Cuando el presidente Mao seguía ejerciendo el poder absoluto, uno de sus principios más aireados era zili gengsheng o “la capacidad para valerse por sí mismo”. Como China había sido amedrentada, invadida, semicolonizada e incluso ocupada durante la mayor parte de sus años de formación, se mostraba muy receloso de que se pudiera confiar en que país extranjero alguno –ni siquiera un fraterno aliado comunista– dejara en paz a China y mucho menos aún que la ayudase. A consecuencia de ello, la dirección del Partido continuó abrigando unas profundas sospecha y desconfianza del mundo exterior, sobre todo de las llamadas “grandes potencias”.

Incluso en la actualidad, mucho después de que la revolución de Mao desapareciera y la mundialización haya creado un nuevo tejido de interdependencia en torno a China, persiste, en particular entre los dirigentes de más edad, una cautela residual sobre la dependencia de la colaboración con el exterior, en particular si afecta a los “intereses básicos”.

Pero no son sólo los mercados mundiales los que han incluido a China en un nuevo patrimonio común. Cuestiones como la proliferación nuclear y el medio ambiente mundial –y en particular el cambio climático– han acabado imponiéndose a la atención de los dirigentes de China (y de todo el resto del mundo). Les guste o no, los dirigentes de todo el mundo están ahora inmersos en una red ineludible.

Así, pues, pese a la predilección de China por el aislamiento, la cooperación no sólo es una opción, sino también una necesidad, lo que significa que China debe revisar también su rígida idea de la soberanía. Se trata de un ajuste difícil para un país, en particular uno como China, que tiene una historia en la que se ha imaginado como el centro del mundo, al tiempo que seguía siendo una entidad inviolable que podía cerrar sus puertas cuando lo decidiera. Eso ya es cosa del pasado.

Los dirigentes de China llevan más de una generación comprometidos con un proceso de ”apertura”, pero siguen mostrándose neurálgicos sobre cualquier insinuación de interferencia exterior, incluida incluso la de que los asuntos de su nación puedan ser también los de otros pueblos y viceversa. La sequía de Guizhou, sea cual fuere su causa, sirve para recordar que la suerte del pueblo chino ha quedado inextricablemente vinculada con lo que ocurre en otros lugares y que ningún país puede ya aislarse o encontrar soluciones independientes de la comunidad mundial de naciones.

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