No lloremos todavía por el Presidente de Argentina

BUENOS AIRES: Después de diez años de régimen democrático con el Presidente Carlos Menem, la transmisión de mando en Argentina a su nuevo presidente, Fernando De la Rua, ha sido rápida y ordenada. El fácil cambio del gobierno peronista al de la Alianza de centro-izquierda demuestra la madurez democrática del país. La estabilidad prevalece en los mercados financieros; el riesgo país bajó 300 centésimos de punto porcentual entre el mes de julio y el día que De la Rua asumió el poder; la producción industrial aumentó el 14,9% en el segundo semestre del año.

La continuidad de las políticas económicas facilitó este cambio de régimen. Con sensibilidad, el nuevo gobierno mantuvo la "convertibilidad", como se denomina localmente al mecanismo de caja de conversión que fija en 1:1 el tipo de cambio entre el peso y el dólar de EE.UU. Sin embargo, pese a ello, el gobierno de De la Rua denuncia la herencia económica que le legó el presidente Menem, sosteniendo que la irresponsabilidad fiscal había llevado al país al borde de una corrida bancaria y monetaria. Este juicio catastrófico llevó al nuevo gobierno a promulgar un conjunto de medidas tributarias que elevó los impuestos a los asalariados medios a la vez que eximió del aumento a los ingresos por dividendos e intereses. Se ofrecieron soluciones a los evasores de impuestos para reembolsar los tributos adeudados.

Nada irrita más a los contribuyentes cumplidores que ver que suben sus impuestos mientras se conceden facilidades a los evasores. Los economistas, pese a encomiar la idea de equilibrar el presupuesto, criticaron duramente los medios empleados. Además, la insistencia en culpar de todo lo malo de Argentina al gobierno de Menem actuó como un boomerang: muchos lo consideran una cortina de humo que oculta una falta de liderazgo.

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