¿La desigualdad mata?

En 1839, un estudio sobre aproximadamente 1,600 muertes en un suburbio de Londres –el primero de ese tipo—reveló que quienes estaban en los estratos más altos de la sociedad tenían, en promedio, una vida 2.5 veces más larga que los mecánicos, los trabajadores y sus familias. Poco ha cambiado desde entonces. A pesar de las considerables mejoras en las condiciones sociales y de salud que han aumentado las expectativas de vida entre todos los grupos socioeconómicos, los ricos siguen viviendo más que los pobres. Un estudio reciente descubrió que las personas con los niveles más bajos de educación y de ingreso tienen más probabilidades de morir en los próximos diez años que aquéllos que están arriba. Las enfermedades parecen ser más mortales cuando las sufren los pobres que cuando afectan a los ricos. En efecto, los más necesitados tienen mayores probabilidades de morir de enfermedades cardiovasculares, infartos, varios tipos de cáncer, SIDA, diabetes, enfermedad pulmonar crónica, pneumonía, influenza, cirrosis, accidentes, homicidio o suicidio que la gente rica. Lo más extraordinario tal vez es que este fenómeno no es simplemente una cuestión de ricos contra pobres. Las diferencias en las expectativas de vida existen en todos los niveles socioeconómicos, de manera que, por ejemplo, la gente que está casi en la cima de la escala económica –es decir, gente bastante opulenta—no vive tanto como quienes están inmediatamente por encima de ellos. El por qué de la existencia de este patrón sigue siendo en gran parte un misterio. Es claro que los pobres tienen menos educación y, por ello, menos conocimientos sobre cómo cuidarse a sí mismos. También viven en condiciones peores en general. Son más susceptibles a los efectos de las dietas poco sanas, del hacinamiento, de las condiciones inseguras de trabajo y de la exposición a peligros ambientales. También son más vulnerables a la agresión interpersonal y a los comportamientos de riesgo –detalle que no pierden de vista los anunciantes y vendedores de cigarrillos, alcohol, drogas, armas y comida chatarra. No obstante, el impacto de las cosas que generalmente asociamos con la pobreza –dieta no adecuada, hacinamiento, toxinas ambientales, hábitos contrarios a la salud, etc.—sólo explican aproximadamente el 25% de la diferencia en las expectativas de vida entre los que están arriba y los que están abajo en la escala socioeconómica. El 75% restante parece deberse no a niveles absolutos de carencia, sino a causas menos tangibles que reflejan la pobreza
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