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El poder disruptivo del nacionalismo étnico

TEL AVIV – Hace unos meses, Israel aprobó una controvertida nueva “ley del estado‑nación” que afirma que “el derecho [a ejercer] la autodeterminación nacional” es “exclusivo del pueblo judío”, y que declara al hebreo idioma oficial de Israel, degradando el árabe a una posición “especial”. Pero el intento de imponer una identidad homogénea a una sociedad diversa no es exclusivo de Israel. Por el contrario, puede verse en todo el mundo occidental, y no presagia nada bueno para la paz.

En las últimas décadas de globalización acelerada, el nacionalismo no desapareció en realidad; sólo fue relegado por la expectativa de una mayor prosperidad económica. Pero la reciente reacción contra la globalización (motivada no sólo por la inseguridad económica y la desigualdad, sino también por el temor a cambios sociales y demográficos) provocó un resurgimiento de un nacionalismo étnico a la vieja usanza.

Esta tendencia halla expresión y refuerzo en lo que algunos expertos denominan un “auge de la memoria” o “fiebre conmemorativa”: la proliferación de museos, monumentos, sitios históricos y otros elementos del espacio público que resaltan los vínculos con la historia y las identidades locales. En vez de celebrar la diversidad, la gente se muestra cada vez más ansiosa de adoptar una identidad particular y exclusiva.

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