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Los partidos deben continuar

BERLÍN – La reciente Convención Nacional Republicana fue escandalosa por muchas razones –desde el mal uso de la Casa Blanca como un sitio de campaña (en violación de la Ley Hatch y de normas de larga data) y la mendacidad descarada de sus oradores, hasta el desfile de los familiares de Trump-. En medio del espectáculo chabacano de la transformación del Partido Republicano en una subsidiaria de la Organización Trump, se destacó un aspecto sorprendente: el partido no ofreció ninguna plataforma. La única promesa de los republicanos, aparentemente, es “respaldar de manera entusiasta la agenda de Estados Unidos primero del presidente”.

En cierto modo, eludir una plataforma política se puede leer como una estrategia inteligente para aislar al partido de Donald Trump el individuo. En caso de que Trump sea derrotado en noviembre, los miembros del establishment del Partido Republicano pueden desentenderse y decir que sólo era un líder poco popular que perdió; los principios de larga data del partido se mantienen sólidos.

Sin embargo, una interpretación más factible es que la mezcla tóxica de polarización e híper-partidismo en Estados Unidos ha alcanzado un nuevo nivel de concentración. Después de haber sido vaciado por completo, al menos uno de los principales partidos políticos del país ya no cumple con su función democrática básica.

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