whiteman1_Ulrik Pedersen NurPhoto via Getty Images_icebergs melting Ulrik Pedersen/NurPhoto via Getty Images

El Ártico en primer plano

LANCASTER, R.U. – Por largo tiempo los climatólogos han sabido que el Ártico se está calentando más rápido que ningún otro lugar del planeta. Pero incluso quienes seguimos estrechamente el Ártico quedamos asombrados por los cambios ocurridos en 2020, un año de récords históricos, glaciares en retirada y resquebrajamiento de capas de hielo. Las alarmas suenan más fuerte que nunca: debemos reducir urgente y drásticamente nuestras emisiones de gases de efecto invernadero.

El año pasado, las temperaturas en el Círculo Polar Ártico llegaron a sus mayores niveles jamás alcanzados. Una ola de calor en la Siberia ártica las llevó a los 38ºC (100ºF), 18ºC más que la temperatura promedio diaria en los últimos años. Mientras tanto, intensos incendios forestales en el Ártico liberaron un máximo histórico de dióxido de carbono y marcaron un nuevo récord de contaminación en la región.

El paisaje ártico ha cambiado con rapidez en estas circunstancias. Por primera vez desde que comenzaran los registros históricos, el hielo marino del sector eurasiático del Ártico no ha comenzado todavía a congelarse en octubre. El mes anterior, una capa de hielo del tamaño de París se desprendió del mayor glaciar de Groenlandia, y en julio se fragmentó la capa de hielo de Canadá, que con 4000 años de antigüedad estaba intacta. A medida que se derrite el hielo del Ártico, los niveles del mar suben, amenazando a países de todo el mundo.

A lo largo del año pasado, los científicos también han detectado signos preocupantes de una crisis climática futura. A medida que las mayores temperaturas hacen que las plantas árticas crezcan más, el permafrost se deshiela más velozmente, proceso que libera enormes cantidades de dióxido de carbono y metano (un gas muchísimo más potente que el CO2), acelerando el aumento de la temperatura. El año pasado, se encontró en el norte de Siberia un cráter de 50 metros de profundidad, o “embudo”, uno de los muchos informados recientemente, después de que estallara a través de la tundra un bolsillo subterráneo de metano formado por permafrost descongelado.

Las consecuencias del colapso climático en el Ártico son muy amplias. En Rusia, un tanque de combustible se rompió tras ser puesto en permafrost inestable, liberando cerca de 150.000 barriles de diésel a un río. Un informe de Human Rights Watch reportó que cambios relacionados con el clima en los patrones migratorios de los animales están dificultando que las comunidades indígenas canadienses encuentren comida o atraviesen masas de agua previamente congeladas. Y los pueblos costeros pueden quedar devastados con la migración de especies de peces para escapar del calentamiento de las aguas.

Para la mayoría de los lectores estas historias pueden parecer distantes, o incluso abstractas. Pero no seguirá siendo así por demasiado tiempo. Si algo nos han mostrado los acontecimientos de 2020 es que lo que ocurre en el Ártico no se queda allí. Por el contrario, el aumento de las temperaturas en la región amenaza con generar un devastador efecto dominó que acabe en una catástrofe global.

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Esto se debe a dos potentes fenómenos naturales. Primero, el calentamiento del Ártico debilita la corriente de viento, o “jet stream”, el río de aire que fluye a grandes altitudes por encima de la Tierra.

Esta corriente de viento es causada por el contrate entre los polos congelados y el ecuador caliente del planeta. A medida que se reduce este contraste, la corriente de viento se reduce e incluso cesa. Los científicos creen que este cambio puede explicar algunos sucesos climáticos letales, como los incendios forestales en California y Siberia, las extremas tormentas invernales del este de los Estados Unidos y los máximos históricos en el Desierto de Mojave.

La segunda manera en que el calentamiento del Ártico afecta al resto del mundo es perturbando el vórtice polar, un sistema climático de bajas presiones que se ubica sobre cada polo y mantiene frío el aire en esas zonas. A medida que el Ártico aumenta de temperatura, se piensa que el aire frío del vórtice se desplaza hacia el sur, provocando condiciones climáticas frías extremas en lugares inusuales. Este invierno hubo grandes nevadas en Italia, Japón y España.

Durante la pandemia de COVID-19, “reconstruir mejor” se ha convertido en una especie de mantra. Las medidas para preservar el Ártico deben estar al centro de este esfuerzo. Para ayudar en este proceso, Arctic Basecamp, organización fundada por mí, irá desarrollando este año una plataforma de acceso libre llamada Arctic Risk, para destacar signos tempranos de riesgos emergentes causados por los cambios en el ecosistema ártico.

Afortunadamente, una creciente cantidad de quienes toman decisiones a nivel global parece reconocer la importancia crítica del Ártico. El Foro Económico Mundial publicó recientemente su “Informe de Riesgos Globales 2021”, que califica las condiciones climáticas extremas, la debilidad de las medidas climáticas y los daños ambientales de origen humano entre los riesgos más probables –y de más alto impacto- que enfrentaremos esta década que comienza. Durante la semana de la Agenda Davos del FEM, encabecé un panel de alto nivel que apuntó a acelerar los avances para la protección de esta región de importancia crítica.

Es cómodo imaginarse al Ártico como un lugar distante y nevado, poblado por renos y osos polares. En realidad, es una piedra angular del sistema climático, manteniendo estables las condiciones climáticas, habitables nuestras comunidades y prósperas nuestras economías. Y se encuentra bajo una inmensa presión. Reducirla, especialmente mediante el fin de todas las actividades extractivas de petróleo y gas, es un requisito básico para un mundo más sostenible y equitativo.

Traducido por David Meléndez Tormen

https://prosyn.org/fwqQ8N8es