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La gran criptoestafa

NUEVA YORK – Todos los países civilizados regulan estrictamente el sistema financiero, y por buenos motivos. Al fin y al cabo, la crisis financiera global de 2008 fue en gran medida resultado de la desregulación. Corruptos, delincuentes y estafadores habrá siempre, y si no se protege de sus actividades a los inversores, ningún sistema financiero puede funcionar adecuadamente.

Por eso hay regulaciones que mandan que los instrumentos financieros estén registrados; que las actividades de manejo de dinero se realicen con licencia; que se cumplan normas antilavado y de “conocimiento del cliente” como parte de las medidas de control de capitales (para prevenir la evasión fiscal y otros flujos financieros ilícitos); y que las entidades gestoras de fondos antepongan el interés de sus clientes. Son leyes y regulaciones que protegen a los inversores y a la sociedad, de modo que los costos que supone su cumplimiento son razonables y adecuados.

Pero hay actividades financieras que escapan al régimen regulatorio actual. Todos los días se lanzan y negocian criptomonedas fuera del ámbito de la supervisión financiera oficial y publicitando la ausencia de costos de cumplimiento normativo como un factor de eficiencia. Como resultado, el mundo de las criptomonedas se convirtió en un casino desregulado donde abundan prácticas delictivas sin ningún control.

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