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La variante es una amenaza real

ESTOCOLMO – Se cumplieron ya 18 meses desde que, en China, secuenciaron por primera vez el virus SARS-CoV-2. Un mes después la Organización Mundial de la Salud había emitido la alerta mundial más grave posible y declarado al brote de la COVID-19 como una «emergencia de salud pública de importancia internacional». Semanas más tarde, la OMS declaró una pandemia. Pero aún no estamos siquiera cerca del fin de la crisis. Hemos, por el contrario, ingresado en una nueva y peligrosa fase de su evolución.

Mientras la autocomplacencia se instala en los países más ricos, que cuentan con un mayor porcentaje de su población vacunada, un velo de desesperación cubre a los países con menores ingresos, que carecen de medios para combatir a las nuevas variantes del virus. Y, después de informar disminuciones de los nuevos contagios durante siete semanas consecutivas, la OMS registró un aumento de casos confirmados prácticamente en todas partes. En su actualización epidemiológica semanal del 6 de julio, por ejemplo, detectó un aumento de la incidencia de la COVID-19 en Europa del 30 %, aun cuando la Unión Europea había entregado suficientes dosis de vacunas para inmunizar al 70 % de los adultos.

El motivo de esta reaparición mundial es bien conocido. La variante delta, identificada ya en 111 países, es significativamente más contagiosa que las cepas anteriores de SARS-CoV-2 y se está difundiendo muy rápidamente. La aparición de nuevas variantes sirve para recordarnos que lidiamos con un organismo vivo que puede evolucionar, y lo hará, en respuesta a las medidas (y medidas a medias) que implementemos para combatirlo.

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