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Contrarrestar la amenaza islámica

LONDRES – Los talibanes son parte del movimiento mundial del islamismo radical. El movimiento contiene a muchos grupos diferentes, pero que comparten la misma ideología básica. En términos simples, sostiene que solo hay una interpretación verdadera de esa fe y que la sociedad, la política y la cultura solo deben responder a ella. El islamismo radical no solo cree en el islamismo —convertir a la religión islámica en una doctrina política— sino en justificar la lucha, por las armas de ser necesario, para lograrlo. Otros islamistas coinciden con los fines pero se abstienen de la violencia.

Este ideología inevitablemente entra en conflicto con las sociedades abiertas, modernas y culturalmente tolerantes. Casi todo lo relacionado con el 11 de septiembre de 2001, los ataques terroristas y sus secuelas (especialmente ahora) está sumido en controversias, pero lo que no se puede negar seriamente que desde el 11 de Septiembre, aunque afortunadamente no hubo más ataques terroristas a esa escala, el islamismo radical no perdió vigor. Lo que está en discusión es el porqué.

¿Es el islamismo radical una ideología coherente que representa una amenaza de primer orden a nuestra seguridad? ¿O enfrentamos, a pesar de algunos temas comunes, una serie de desafíos desconectados para la seguridad, que deben ser manejados individualmente y en sus propios términos, de acuerdo con las circunstancias locales? ¿Es el islamismo en sí un problema, o solo lo es su manifestación como extremismo violento? ¿Es similar al comunismo revolucionario y debemos, por lo tanto, contrarrestarlo con una combinación de medidas de seguridad e ideológicas en el largo plazo? ¿O implica eso exagerar y sobrestimar al islamismo y, perversamente entonces —como sostienen algunos sobre las intervenciones occidentales en Afganistán e Irak— aumentar su atractivo en vez de reducirlo?

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