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Un impuesto corporativo sensato

BERKELEY – Como parte de su gigantesco plan de infraestructura, la administración del presidente Joe Biden está buscando aumentar la tasa del impuesto corporativo en Estados Unidos del 21% al 28%, con un impuesto “mínimo” del 21% sobre las ganancias generadas en el exterior por las empresas norteamericanas. En las palabras de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, el objetivo es frenar una “carrera hacia el abismo” internacional haciendo que otros países adopten impuestos corporativos mínimos similares.

Desafortunadamente, las medidas que se están proponiendo parecen diseñadas para una era anterior, cuando era fácil identificar las fábricas y refinerías donde las empresas producían y generaban sus ganancias, y cuando la nacionalidad de una corporación en gran medida estaba determinada por la ubicación de sus principales operaciones y sus accionistas. En la era moderna, las empresas multinacionales con bases accionarias internacionales operan cadenas de suministro globales, y crean valor utilizando capital intangible sin ninguna ubicación natural. Así, intentar modificar un sistema tributario basado en la residencia de una compañía y dónde se generan las ganancias equivale a intentar reemplazar la carrera hacia el abismo por una carrera hacia el pasado.

Si Estados Unidos adopta las medidas propuestas, pero no consigue que otros hagan lo mismo, se habrá encorsetado a sí mismo en un sistema tributario menos competitivo. Pero aun si lo logra, habrá puesto en marcha un sistema que exigirá una modificación constante para estar al ritmo de las realidades económicas que se alejan cada vez más de los conceptos medulares sobre los que se basa el sistema.

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