Enfrentando riesgos catastróficos

A un año del tsunami del Océano Índico, ¿cuáles son las lecciones? La mayor es que fue el tipo de desastre al que quienes diseñan las políticas prestan poca atención, uno que tiene una probabilidad muy baja o desconocida de ocurrir, pero que provoca enormes pérdidas si es que ocurre. Con todo lo grandes que fueron las pérdidas de vidas humanas, el sufrimiento físico y emocional de los sobrevivientes y el daño a la propiedad causado por el tsunami, otros desastres de baja (pero no insignificante) o desconocida probabilidad pudieron haber infligido pérdidas incluso mayores.

Por ejemplo, el asteroide que explotó sobre Siberia en 1908 con la fuerza de una bomba de hidrógeno podría haber matado millones de personas si hubiera explotado sobre una gran ciudad, y eso que tenía sólo unos 60 metros de diámetro. Uno mucho más grande (entre los miles de asteroides peligrosamente grandes que se encuentran en órbitas que intersectan la de la Tierra) podría golpear nuestro planeta y causar la total extinción de la raza humana, a través de una combinación de ondas expansivas, incendios, tsunamis y bloqueo de la luz solar, independientemente del punto donde cayese.

Otros riesgos catastróficos pueden ser las epidemias naturales (la influenza española de 1918-1919 mató entre 20 y 40 millones de personas), ataques terroristas nucleares o biológicos, ciertos tipos de accidentes de laboratorio, y un calentamiento global abrupto. La probabilidad de que ocurran catástrofes, intencionales o no, resultantes de la actividad humana parece estar en aumento debido a la rapidez y dirección de los avances tecnológicos.

El hecho de que no es probable que una catástrofe ocurra no es una justificación racional para hacer caso omiso de su riesgo. Supongamos que un tsunami tan mortífero como el del Océano Índico ocurre en promedio una vez por siglo y mata 250.000 personas. Se trata de un promedio de 2.500 muertes por año. Si esa cantidad se pudiese reducir sustancialmente a un costo moderado, la inversión valdría la pena.

Educar a los residentes de las áreas costeras bajas sobre los signos de un tsunami (temblores y una retirada repentina del océano), establecer un sistema de alerta que incluya difusiones de emergencia y sirenas del tipo que se usa para la incursiones aéreas, y mejorar los sistemas de respuesta ante emergencias son medidas que habrían salvado a muchos de quienes murieron en el tsunami del Océano Índico. Al mismo tiempo, el costo hubiera estado muy por debajo de las pérdidas promedio que se pueden esperar de los tsunamis.

Hay varias razones que explican por qué esas medidas no se tomaron como prevención de un tsunami de la escala ocurrida. Primero, aunque es tan probable que un acontecimiento que pasa una vez en un siglo suceda al comienzo del mismo como en cualquier otro momento, es mucho menos probable que ocurra en su primera década con respecto a las posibilidades de que suceda más adelante. Los políticos con periodos limitados en sus cargos y, por ende, con horizontes políticos de corto alcance tienden a descartar las posibilidades de desastres de bajo riesgo, ya que es poca significativa la probabilidad de que sus carreras resulten dañadas por no haber tomado medidas precautorias.

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En segundo lugar, en la medida que las precauciones eficaces requieren una acción gubernamental, el hecho de que el gobierno sea un sistema de control centralizado dificulta que las autoridades respondan a toda la gama de riesgos posibles frente a los que se podrían tomar medidas justificadas en términos de costos. Dada la variedad de materias a las que deben prestar atención, los funcionarios tienden a tener un alto umbral de atención, bajo el cual los riesgos quedan ignorados.

Tercero, cuando se trata de riesgos regionales o globales más que locales, muchos gobiernos nacionales, particularmente en países más pobres y pequeños, pueden tardar en responder, con la esperanza de que los países más ricos asuman los cortos de enfrentarlos. Conscientes de esto, los países más grandes y ricos pueden mostrarse reluctantes a tomar medidas de precaución, ya que esto premiaría y estimularía este “subirse gratis al carro”.

En cuarto lugar, a menudo los países son pobres debido a gobiernos débiles, ineficientes o corruptos, características que les pueden impedir tomar precauciones que se justifican en cuanto a costos. Y la dificultad que tiene la gente en cualquier lugar del mundo para pensar en términos de probabilidades (especialmente bajas probabilidades, que tienden a descartar) debilita el apoyo político para incurrir en los costos de tomar tales medidas.

Un ejemplo incluso más terrible de negar los riesgos de baja probabilidad o bajo costo es el peligro de choque con un asteroide, que analíticamente es similar a la amenaza de los tsunamis. De hecho, en parte debido a que los tsunamis son uno de los riesgos de una colisión con un asteroide, el desastre del Océano Índico ha estimulado un nuevo interés en la defensa ante esta posibilidad.

Desviar un asteroide de su órbita cuando todavía se encuentra a cientos de millones de kilómetros de la Tierra es una empresa factible. No obstante, en los Estados Unidos la Administración Nacional Aeronáutica y Espacial (NASA) dedica sólo $4 millones de su presupuesto nacional de más de $10 mil millones a hacer un mapeo de los asteroides cuyo tamaño puede ser peligroso. Al paso actual, puede que la NASA no complete la tarea sino hasta en una década más, a pesar de que este mapeo es la clave para una defensa contra asteroides, ya que puede darnos años de aviso.

El hecho de que un desastre de un tipo particular no haya ocurrido recientemente o dentro de la memoria histórica humana (o incluso si no ha ocurrido nunca) es una mala razón para hacer caso omiso de él. El riesgo puede ser bajo, pero si las consecuencias de que se materialice son lo suficientemente grandes, el costo esperado puede ser suficiente como para poner en práctica medidas defensivas.

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