2b392c0346f86f400ca18902_pa3439c.jpg Paul Lachine

Justicia climática

DURBAN – Antes de la cumbre sobre cambio climático de Copenhague hace dos años, quienes suscriben nos sentamos juntos en Ciudad del Cabo para escuchar a cinco agricultores africanos de dos países diferentes, cuatro de los cuales eran mujeres, contarnos cómo el cambio climático afectaba la manera en que se ganaban el sustento. Cada uno explicó que las inundaciones y la sequía, y la falta de temporadas regulares de siembra y cultivo, no formaban parte de su experiencia normal. Sus temores son compartidos por agricultores de subsistencia y poblaciones indígenas en todo el mundo -aquellos que sufren lo peor de los cambios climáticos, aunque no hicieron nada para causarlos.

Hoy, dos años más tarde, estamos en Durban, donde Sudáfrica es el país anfitrión de la conferencia sobre cambio climático de este año, COP17, y la situación para la gente pobre en África y otras partes se ha deteriorado aún más. En su último informe, el Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático concluye que es casi una certeza que, en términos globales, los días calurosos se han vuelto más calurosos y ocurren con más frecuencia; de hecho, su frecuencia ha aumentado diez veces en la mayoría de las regiones del mundo.

Es más, la paradoja brutal del cambio climático es que también se están produciendo precipitaciones fuertes con más frecuencia, aumentando el riesgo de inundaciones. Desde 2003, el este de África ha tenido los ocho años más cálidos de que se tenga registro, lo cual sin duda contribuye a las condiciones graves de hambruna que hoy aquejan a 13 millones de personas en el Cuerno de África.

Estas son las consecuencias que generó apenas un grado de calentamiento por sobre los niveles pre-industriales. El informe del Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas Bridging the Emissions Gap (Achicando la brecha de emisiones), recientemente publicado, demuestra que en el curso de este siglo el calentamiento probablemente aumente a cuatro grados a menos que tomemos medidas más contundentes para reducir las emisiones. Sin embargo, la última evidencia demuestra que no estamos haciendo nada -el Informe de Energía Mundial 2011 de la Agencia Internacional de Energía revela que las emisiones de CO2 han subido hasta alcanzar un pico histórico.  

Nos alarma que las expectativas para la COP17 sean tan bajas. ¿Dónde está el liderazgo global que debe responder con urgencia? Necesitamos desesperadamente un acuerdo global.

En el centro de este acuerdo está la preservación del Protocolo de Kyoto. El Protocolo no es un instrumento perfecto. Se ocupa poco del recorte de las emisiones globales, y son demasiado pocos los países a los que se les exige reducir el crecimiento de sus emisiones. Pero es parte del derecho internacional, y eso es vital.

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El cambio climático es un problema global: si los países no confían en que los demás se están ocupando del tema, no sentirán un imperativo para tomar medidas. En consecuencia, tener un marco legal con reglas claras y comunes con las que todos los países estén comprometidos es sustancialmente importante -y la única seguridad que tenemos de que se emprenderá una acción destinada a proteger a los más vulnerables.

El primer período de compromiso del Protocolo de Kyoto expira a fines de 2012. De manera que la Unión Europea y las otras partes participantes en Kyoto (Estados Unidos nunca ratificó el acuerdo, y los términos del Protocolo le exigían muy poco a China, India y otras potencias emergentes) deben comprometerse con un segundo período de compromiso, para asegurar que se mantenga este marco legal.

Al mismo tiempo, todos los países deben reconocer que prolongarle la vida al Protocolo de Kyoto no resolverá el problema del cambio climático, y que es necesario un marco legal nuevo o adicional que abarque a todos los países. La reunión de Durban debe acordar que se inicien negociaciones con este objetivo -con la idea de concluir un nuevo instrumento legal para 2015 como máximo.

Todo esto no solamente es posible, sino también necesario, porque la transición a una economía de bajo consumo de carbono y resistente al clima tiene sentido desde un punto de vista económico, social y ambiental. El problema es que, para que suceda, hace falta voluntad política -algo que, desafortunadamente, parece escasear.

El cambio climático es una cuestión de justicia. Los países más ricos causaron el problema, pero los más pobres del mundo son los que ya sufren sus consecuencias. En Durban, la comunidad internacional debe comprometerse a reparar los errores.

Los líderes políticos deben pensar inter-generacionalmente. Tienen que imaginar el mundo en 2050, con sus 9.000 millones de habitantes, y tomar las decisiones correctas ahora para asegurar que nuestros hijos y nietos hereden un mundo donde se pueda habitar.

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