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Todos son bienvenidos en el Club del Clima

BERLÍN – Para fines del año 2022, el G7 tiene como objetivo poner en marcha un “Club del Clima internacional, abierto y cooperativo” con el propósito de fomentar acciones coordinadas para lograr el objetivo de calentamiento máximo de 1,5 ° Celsius del acuerdo climático de París, sin dejar a nadie en desventaja competitiva. A pesar de que hemos escuchado convocatorias a la acción climática internacional durante décadas, hay buenas razones para pensar que esta vez esta convocatoria será diferente.

El Club del Clima es una creación del canciller alemán Olaf Scholz, cuya propuesta se basa en cuatro premisas. Primero, la acción climática internacional debe ser amplia y coherente, ya que todos los miembros del Club deben apuntar al logro de los mismos objetivos. En segundo lugar, se debe permitir que los países vayan tras la consecución de estos objetivos comunes a su manera, siempre y cuando todos acaten someterse a “una medición uniforme del contenido de CO2 de los productos y materiales”. En tercer lugar, los países en desarrollo deben recibir apoyo para alcanzar el objetivo común. Y, por último, el hecho de tener que competir contra métodos más baratos y más intensivos en carbono no debería poner a los “pioneros de las políticas climáticas” en desventaja dentro del mercado mundial.

Esta propuesta puede sonar como una repetición de políticas del pasado, pero no es así, ya que cambia fundamentalmente el enfoque utilizado en el diseño de las políticas. Históricamente, hemos considerado las políticas climáticas en dos dimensiones: el clima y la economía. Esto llevó a centrarse en ideas como por ejemplo la fijación de precios del carbono en todo el mundo, medida que tiene mucho sentido en términos estrictamente económicos. Los contaminadores emiten cantidades excesivas de CO2 a la atmósfera debido a que los costos de realizar dichas emisiones son impuestos a la sociedad en general. Por lo tanto, la solución consiste en cerciorarse de que sean los contaminadores quienes paguen.

El problema es que los ciudadanos a menudo se oponen a tales políticas, especialmente si no existe un mecanismo para compensar a aquellos que se ven perjudicados por los costos más altos (como por ejemplo los hogares de bajos ingresos que al adquirir bienes básicos no pueden permitirse pagar precios que incluyen procesos respetuosos del medioambiente, o las personas que trabajan en sectores intensivos en carbono). Además, los costos tomados en cuenta en la fijación del precio del carbono no son sólo económicos sino también sociales. Incluso si los ingresos de un impuesto al carbono se gastan en los pobres y los desplazados, las comunidades que dependen de los combustibles fósiles pueden colapsar, y algunas personas pueden sentir que ya no están dando forma a su propio futuro.

Estas fueron algunas de las lecciones de las protestas de los gilets jaunes (chalecos amarillos) franceses en el período 2018-19, protestas que estallaron en respuesta a un modesto aumento del impuesto al combustible diésel. Y un problema similar acosó durante mucho tiempo el debate mundial sobre las políticas climáticas. A los países de ingresos bajos y medios les molesta que los países ricos e industrializados, que históricamente son los mayores emisores, les pidan que paguen más por la energía que necesitan para su desarrollo. Reconocer estas posibles ramificaciones es pasar de un mundo abstracto bidimensional a uno tridimensional, uno que se acerca más a la realidad en la que vivimos.

Si bien el mundo bidimensional de los modelos económicos se puede medir en términos de PIB y precios del carbono, el mundo real requiere diferentes métricas para dar cuenta del significado completo de cualquiera de las políticas. Para ello, uno de los autores de este artículo (Snower) junto con Katharina Lima de Miranda han propuesto una métrica con las siglas SAGE: solidaridad, agencia propia, ganancia, entorno medioambiental.

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En la sigla arriba mencionada, solidaridad se refiere al grado de inclusión y cohesión social, agencia a la capacidad de las personas para dar forma a sus propias vidas, ganancia a las medidas tradicionales de producción económica, y entorno medioambiental a la sostenibilidad ambiental. El puntaje de solidaridad aumenta cuando hay más confianza social, generosidad, etc., y el puntaje de agencia aumenta cuando las personas reportan tener mayor confianza en su propia capacidad para lograr objetivos que valen la pena. Al ampliar el alcance más allá del crecimiento del PIB, la métrica SAGE nos permite reacoplar los vínculos entre las políticas económicas y el bienestar social.

Como una nueva forma de debatir y evaluar las políticas climáticas, el modelo SAGE puede ayudarnos a comprender por qué no han funcionado algunas políticas climáticas en el pasado. La fijación tradicional de precios del carbono, por ejemplo, a menudo no pasó la prueba de solidaridad, ya que crea ganadores y perdedores (tanto económica como socialmente), así como también no superó la prueba de  agencia, al ignorar en el proceso las voces de las personas involucradas.

Una de las quejas de los gilets jaunes, por ejemplo, era que los costos inasequibles de la vida urbana francesa obligaban a muchos trabajadores a vivir fuera de las ciudades, en lugares donde las limitadas opciones de transporte público les obligaban a conducir para ir al trabajo. Los manifestantes sentían una falta de solidaridad y de agencia propia (porque no podían elegir dónde vivir o cómo se desplazaban de uno a otro lugar).

Sólo teniendo en cuenta las necesidades sociales de las personas (de manera conjunta con las necesidades económicas y ambientales) podremos avanzar con dirección a reformas políticas viables. Eso nos lleva nuevamente al modelo de Club propuesto por el G7. Si se implementa correctamente, puede acomodar los factores sociales junto con los factores económicos y ambientales, teniendo éxito donde otros esfuerzos similares han fracasado.

Según Scholz, el Club del Clima promoverá “cooperación entre los países que quieran impulsar la transformación social y económica necesaria para hacer frente al cambio climático”. El resultado, en la práctica, sería una asociación en la que los participantes se comprometen a alcanzar objetivos climáticos ambiciosos y bien definidos, así como a adoptar las medidas nacionales específicas que se requieran para alcanzar dichos objetivos.

El equipo de Scholz reconoce que los países ricos que históricamente han emitido la mayor cantidad de carbono están en una posición diferente en comparación a la posición en la que están otros países. Dicho equipo hace referencia a “sus responsabilidades comunes pero diferenciadas así como a sus respectivas capacidades”, lo que es uno de los principios básicos de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992. Por lo tanto, el Club del Clima valora las diferentes exigencias que un conjunto común de objetivos impone a los diferentes países, y reconoce también que esto requiere de una “intensa cooperación en materia de transformación industrial y creación de capacidades”.

Al alentar a que los países den forma a sus políticas climáticas de acuerdo con sus realidades socioeconómicas, el Club del Clima está bien posicionado para evitar algunos de los problemas que llevaron a las protestas de los gilets jaunes.  Sin embargo, para tener éxito, debe ser lo más ambicioso posible (aspirar al logro del objetivo de 1,5 °C) y lo más permisivo posible en las vías políticas que abre. Es esta flexibilidad la que ayudará a los países desarrollados y en desarrollo a trabajar juntos, a escuchar los puntos de vista de unos y otros, y a aprender de lo que ocurre a lo largo de dichos procesos. Si funciona, el Club podría crear un efecto dominó a nivel mundial, brindando la tan necesaria esperanza respecto a que sí se pueda ganar la lucha contra el cambio climático.

Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos

https://prosyn.org/3w8Fje3es