SAN DIEGO – Un día antes de que comenzara la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27), un grupo de expertos globales convocados por The Lancet publicó un informe sobre los efectos adversos del cambio climático para la salud. Su conclusión fue tan estremecedora como evidente: la salud humana está a merced de los combustibles fósiles.
Desafortunadamente, la salud no se movió del final de la lista de prioridades en la COP27. Sin duda, se llevaron a cabo varias conversaciones importantes centradas en la salud en el pabellón lateral de la Organización Mundial de la Salud. Estas discusiones fueron particularmente oportunas, dada el alza actual del COVID-19, alimentada por las subvariantes más nuevas de ómicron, en Europa y Estados Unidos. Pero, más allá de una mención fugaz en el preámbulo, la declaración de la COP27 no hace ninguna mención sustancial al nexo clima-salud.
Es una omisión asombrosa. La conexión entre clima y salud es profunda y multifacética. Consideremos, por ejemplo, cómo las temperaturas en ascenso y las inundaciones sin precedentes han estimulado la propagación de los mosquitos -portadores de enfermedades como la fiebre del dengue, la malaria y el virus Zika- mucho más allá de sus áreas de reproducción tradicionales. Si no se hace nada, el Zika amenazará a otras 1.300 millones de personas para 2050, y la fiebre del dengue afectará a la gigantesca cifra del 60% de la población mundial para 2080.
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Richard Haass
explains what caused the Ukraine war, urges the West to scrutinize its economic dependence on China, proposes ways to reverse the dangerous deterioration of democracy in America, and more.
If the US Federal Reserve raises its policy interest rate by as much as is necessary to rein in inflation, it will most likely further depress the market value of the long-duration securities parked on many banks' balance sheets. So be it.
thinks central banks can achieve both, despite the occurrence of a liquidity crisis amid high inflation.
The half-century since the official demise of the Bretton Woods system of fixed exchange rates has shown the benefits of what replaced it. While some may feel nostalgic for the postwar monetary system, its collapse was inevitable, and what looked like failure has given rise to a remarkably resilient regime.
explains why the shift toward exchange-rate flexibility after 1973 was not a policy failure, as many believed.
SAN DIEGO – Un día antes de que comenzara la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27), un grupo de expertos globales convocados por The Lancet publicó un informe sobre los efectos adversos del cambio climático para la salud. Su conclusión fue tan estremecedora como evidente: la salud humana está a merced de los combustibles fósiles.
Desafortunadamente, la salud no se movió del final de la lista de prioridades en la COP27. Sin duda, se llevaron a cabo varias conversaciones importantes centradas en la salud en el pabellón lateral de la Organización Mundial de la Salud. Estas discusiones fueron particularmente oportunas, dada el alza actual del COVID-19, alimentada por las subvariantes más nuevas de ómicron, en Europa y Estados Unidos. Pero, más allá de una mención fugaz en el preámbulo, la declaración de la COP27 no hace ninguna mención sustancial al nexo clima-salud.
Es una omisión asombrosa. La conexión entre clima y salud es profunda y multifacética. Consideremos, por ejemplo, cómo las temperaturas en ascenso y las inundaciones sin precedentes han estimulado la propagación de los mosquitos -portadores de enfermedades como la fiebre del dengue, la malaria y el virus Zika- mucho más allá de sus áreas de reproducción tradicionales. Si no se hace nada, el Zika amenazará a otras 1.300 millones de personas para 2050, y la fiebre del dengue afectará a la gigantesca cifra del 60% de la población mundial para 2080.
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