La inminente revolución de la OMC para China

China es ya un miembro activo de la comunidad económica y política mundial. Para muchos hay ya mayor riqueza y libertad personal, aunque otros ciudadanos chinos sufren por las complicaciones de la modernización. Es previsible que la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) acelere esas tendencias e incluso que precipite cambios políticos y legales fundamentales.

Aunque la inercia hacia adelante será más lenta de lo que muchos esperan, los cambios que demanda la membresía en la OMC serán profundos, ya que el futuro de China estará más determinado que nunca por factores que están más allá del control de Beijing. Más aún, la membresía en la Organización no sólo impedirá el regreso a los viejos hábitos, sino que también planteará preguntas fundamentales sobre la soberanía nacional, y debates intensos sobre el nivel de injerencia extanjera que China está dispuesta a tolerar.

El impacto rebasará la economía y afectará profundamente a la vida social y política. Aunque algunos analistas han planteado escenarios catastrofistas sobre el aumento del malestar generado por el desempleo y la desigualdad, los intelectuales liberales de China apoyan la membresía con la esperanza de un orden político más democrático y apegado a las leyes. En realidad, el ingreso impulsará tendencias que se pusieron en movimiento mucho antes de que China se uniera a la OMC. Se acelerará la muerte del viejo orden económico, mientras que la emergente empresa privada y otros sectores nuevos recibirán mayores privilegios.

En el ámbito social, el ingreso a la OMC aumentará la desigualdad y la reestructuración de la mano de obra con extemos de riqueza y probreza. En este proceso, la concentración de la Inversión Extranjera Directa (IED) en la zona costera también seguirá exacerbando las desigualdades regionales.

En 1998, la provincia de Guangdong, por sí sola, recibió el 26.5% de la IED, mientras que toda la China occidental obtuvo el 3%. Como resultado, quienes viven en Shanghai tienen un ingreso real del doble del que reciben los habitantes del noroeste y 60% mayor que el de los del suroeste. Los niveles ya radicalmente distintos de educación, dotación de recursos y mano de obra calificada significan que las zonas costeras privilegiadas de China seguirán avanzando de forma desproporcionada en comparación con las áreas más atrasadas del interior.

Una mayor competencia por los empleos también aumentará el desempleo en el sector controlado por el Estado, mientras que la creación de empleos privados nuevos no será suficiente para cubrir las necesidades crecientes. Por ejemplo, la tasa de desempleo real en el noreste ya es superior al 10% y esta región resentirá el impacto más fuerte de los cambios en la agricultura.

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Aunque gran parte de China se beneficiará de la diversificación agrícola, las zonas como el noreste, que dependen excesivamente de la producción de granos, sufrirán porque en el marco de la OMC el país importará granos mucho más baratos y de mayor calidad para el consumo humano y para forraje, lo que provocará que los ingresos en el campo caigan aún más. La migración a las ciudades será la única opción para muchos campesinos desposeídos.

Por lo tanto, no debe sorprender que el descontento rural y urbano esté aumentando. El nuevo liderazgo chino debe tomar en cuenta esta ola creciente de malestar cuando calcule el ritmo al que debe avanzarse para cumplir con la OMC. El PCC debe decidir cómo allanarle el camino a las fuerzas sociales que se beneficiarán de la globalización mientras se aleja de su base de poder tradicional, albergada en el desfalleciente sector estatal apuntalado por el viejo aparato de planificación central.

Para poder hacer frente a las divisiones sociales que habrán de aumentar como resultado de su ingreso a la OMC, China tendrá que diseñar mecanismos más participativos y abiertos que permitan el desarrollo de un mercado político competitivo que esté a la par del económico. Sin duda, esos cambios resultarán difíciles de aceptar para el PCC.

No menos necesario será el desarrollo de un marco legal y regulatorio como medio para mejorar el potencial para la inversión tanto interna como extranjera. En esto, el reto mayor será que el PCC acepte que la membresía en la OMC presupone que las disputas serán resueltas por un órgano independiente, supranacional y basado en reglas y no por voluntad de las partes o mediante los contactos políticos locales. Dentro de China, la presión por un poder judicial más independiente que resuelva sobre asuntos económicos y que creé mayor transparencia en transacciones internacionales crecerá. Esos cambios van en contra de las prácticas actuales y no serán fáciles de digerir para los miembros del partido.

Las economías desarrolladas del mundo pueden facilitar este proceso. Un avance muy lento puede resultar inaceptable, pero los extranjeros deben reconocer que el PCC tiene que equilibrar los imperativos del progreso frente a un descontento social creciente. China ha accedido a implementar sus compromisos con la OMC en un lapso sorprendentemente corto (lo cual sólo fue posible dada la enorme presión de los Estados Unidos).

Sin embargo, China es demasiado grande y está muy politizada como para que se le impulse a una velocidad tal que no le dé tiempo suficiente para adaptarse de manera apropiada. Debe imperar la calma en todo el mundo para no llevar a China ante los mecanismos de solución de disputas de la OMC por cada infracción insignificante. En resumen, todo el mundo debe ejercer madurez política mientras China se integra a la economía mundial.

Es importante que aquellos países que esperan que China ceda ante los protocolos de la OMC se comporten de manera responsable cuando exijan que respete las decisiones internacionales que van más allá de su propia jurisdicción, de las cuales no todas serán de su agrado. Hasta ahora, esto no ha sido el fuerte, particularmente de los Estados Unidos. No obstante, si hay desdén hacia los procesos de la OMC, China encontrará pocos incentivos para acatarlos en los difíciles meses por venir.

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