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Las metas verdes de los bancos centrales disparan señales de alarma

LONDRES – Tal vez resulte sorprendente que, con todos los desafíos que enfrentan actualmente los bancos centrales, su contribución a la lucha contra el cambio climático haya escalado posiciones para acercarse a los primeros puestos de la lista en la agenda de los responsables de las políticas; pero una mirada más atenta revela el porqué: es posible que los balances de los bancos centrales —que se agigantaron después de una década de programas de compra de activos (la llamada flexibilización cuantitativa)— muestren un sesgo a favor de activos que impiden la transición hacia una economía verde.

Por ejemplo, los investigadores de la Escuela de Economía de Londres llegaron a la conclusión de que, aunque los servicios públicos energéticos solo constituyen el 5 % de los bonos corporativos denominados en euros, representaron el 25 % de las compras de bonos del Banco Central Europeo (BCE) entre 2014 y 2017. De igual manera, Greenpeace estima que los combustibles fósiles constituyeron aproximadamente un cuarto de las compras de activos del BCE durante la primera ola de flexibilización cuantitativa.

Dado esto, el renovado foco del BCE en la estrategia de compra de activos como respuesta a la crisis de la COVID-19 es comprensible; pero se trata de un territorio relativamente nuevo para los bancos centrales, por lo que también es se entiende que no resulte fácil lograr un consenso sobre su papel en la política climática.

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