¿Podrá sobrevivir el G-8 a San Petersburgo?

El ingreso gradual de Rusia en el G-8 debía alimentar el crecimiento de la democracia, fomentar la creación de una economía de libre mercado y alentar el comportamiento constructivo en las relaciones internacionales. En cambio, los dirigentes de Rusia se han interesado más por consolidar el poder estatal en su país y en el extranjero que por fomentar la democracia, proteger los derechos humanos y cooperar con Occidente. Según ha proclamado el Presidente Vladimir Putin, el hundimiento de la URSS fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.

Evidentemente, la URSS no está a punto de ser resucitada, pero Putin ha pasado a reafirmar el control de los sectores estratégicos de la economía, incluidos el petróleo y el gas, las comunicaciones, los oleoductos y gasoductos, la electricidad y la banca, además de limitar los derechos políticos, acosar a los grupos independientes y reforzar el control de los medios de comunicación. Además, Rusia está ocupando el primer plano, firme y confiadamente, para recuperar su condición de gran potencia. Putin sigue aplicando una brutal campaña militar en Chechenia, al tiempo que interviene políticamente en los Estados sucesores de la Unión Soviética, como Ucrania, Georgia, Moldavia y Belarús y rechaza las tácticas occidentales encaminadas a poner freno a las ambiciones nucleares del Irán y de Corea del Norte.

La posición de Putin está reforzada por el fuerte apoyo público, además de por la posición, espectacularmente debilitada, de los más importantes dirigentes occidentales. George W. Bush y Tony Blair han perdido la popularidad de la que disfrutaron antes de la guerra del Iraq y Blair, junto con el Presidente francés Jacques Chirac, pronto abandonará el escenario político. Angela Merkel en Alemania y Romano Prodi en Italia gobiernan mediante débiles gobiernos de coalición.

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