LONDRES – Este año, la evidencia de que el calentamiento global está sucediendo, y de que las consecuencias para la humanidad podrían ser severas y potencialmente catastróficas, se ha vuelto más contundente que nunca. Temperaturas globales récord en junio y julio. Olas de calor sin precedentes en Australia y la India, con temperaturas por encima de los 50°C. Enormes incendios forestales en el norte de Rusia. Todas estas cosas nos dicen que nos estamos quedando sin tiempo para recortar las emisiones de gases de efecto invernadero y contener el calentamiento global al menos a niveles controlables.
La respuesta ha sido una creciente demanda de una acción radical. En Estados Unidos, quienes proponen el Nuevo Trato Verde sostienen que Estados Unidos debería ser una economía con cero emisiones de carbono para 2030. En el Reino Unido, los activistas del movimiento “Extinction Rebellion” exigen lo mismo para 2025 y han alterado seriamente el transporte de Londres a través de formas muy efectivas de desobediencia civil. Y el argumento de que evitar un cambio climático catastrófico requiere rechazar al capitalismo está ganando terreno.
Frente a esta creciente ola de radicalismo, las empresas, los grupos empresarios y otras instituciones del establishment instan a ser precavidos y tomar medidas más cautelosas. Alcanzar emisiones cero en 2030, sostienen, sería inmensamente costoso y exige cambios en los niveles de vida que la mayoría de la gente no aceptará. Las acciones ilegales que alteren la vida de los demás, se dice, minarán el apoyo popular a medidas necesarias. Un camino más razonable y gradual de reducción de las emisiones sería mejor y, al mismo tiempo, impediría la catástrofe, mientras que los instrumentos de mercado que operan dentro del sistema capitalista podrían ser palancas poderosas de cambio.
Estos contraargumentos son sólidos. Los costos de alcanzar una economía con cero emisiones de carbono aumentarán drásticamente si intentamos llegar a ese punto en diez años, no en treinta. La mayoría de las formas de bienes de capital naturalmente necesitan una sustitución en un lapso de 30 años, de manera que un traspaso a nuevas tecnologías en ese período constaría relativamente poco, mientras que un traspaso en diez años exigiría que las empresas amortizaran grandes cantidades de activos existentes.
El progreso tecnológico –ya sea en paneles solares fotovoltaicos, baterías, biocombustibles o diseño de aviones- hará que resulte mucho más económico recortar emisiones en 15 años que ahora. Y la motivación económica está incitando a los capitalistas de riesgo a hacer enormes inversiones en las nuevas tecnologías requeridas para permitir una economía con cero emisiones de carbono.
Mientras tanto, los mecanismos de mercado descentralizados como la asignación de un precio al carbono son esenciales para impulsar el cambio en sectores industriales clave, dada la multiplicidad de posibles vías hacia la descarbonización. La planificación socialista no será tan efectiva: Venezuela es un desastre no sólo ambiental sino también social. Y existe un peligro real de que una acción excesivamente rápida pueda hacer perder respaldo popular. Después de todo, el movimiento de los gilets jaunes (chalecos amarillos) en Francia fue provocado por incrementos impositivos destinados a que los autos que funcionan a diésel costaran más, pero se impusieron en un momento en que los vehículos eléctricos todavía no son lo suficientemente baratos y aún no representan una alternativa viable para personas menos acomodadas que viven fuera de las grandes ciudades.
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Pero también es verdad que el sistema capitalista no ha sabido responder al desafío del cambio climático con suficiente celeridad; y, en algunos sentidos, el capitalismo ha impedido una acción efectiva. Los capitalistas de riesgo que financian avances tecnológicos brillantes hoy conviven con grupos de lobby industriales que se oponen exitosamente a regulaciones necesarias o impuestos al carbono. Si se hubieran adoptado políticas adecuadas hace 30 años, estaríamos bien encaminados a alcanzar una economía de carbono cero a muy bajo costo. El hecho de que no lo hiciéramos, en parte, es culpa del capitalismo.
Hoy se requiere una acción masivamente acelerada. Todas las economías desarrolladas deberían comprometerse a alcanzar emisiones netas de carbono cero para 2050. Y cero debe significar cero, sin ninguna pretensión de que podemos seguir quemando grandes cantidades de combustibles fósiles a fines del siglo XXI, compensadas por cantidades igualmente grandes de captura y almacenamiento de carbono.
Las economías en desarrollo deberían llegar a ese punto en 2060 como muy tarde. Eso haría que siguiéramos siendo vulnerables a un cambio climático significativo e inevitable, pero la ciencia climática sugiere que sería suficiente para evitar una catástrofe. Y como describió la Comisión de Transiciones Energéticas en su reciente informe Misión Posible, todavía es posible alcanzar ese objetivo a un costo económico relativamente bajo, siempre que adoptemos sin demora las políticas necesarias para impulsar un cambio rápido.
Deberían introducirse impuestos al carbono en un nivel lo suficientemente alto, y también deberían anunciarse los futuros incrementos con mucha anticipación, para impulsar los planes de inversión de varias décadas necesarios para descarbonizar la industria pesada. Los aranceles de carbono deberían utilizarse para impedir que la industria se vea perjudicada por importaciones de países que no aplican precios del carbono adecuados. Las aerolíneas deberían enfrentar incrementos constantes del precio del carbono o regulaciones que les exijan utilizar una proporción creciente de combustibles de carbono cero de fuentes claramente sostenibles. El porcentaje del 100% debería alcanzarse antes de 2050.
Instrumentos categóricos pero efectivos –como prohibir nuevas ventas de autos con motores a combustión interna a partir de una fecha futura determinada, como 2030- también deberían ser parte del arsenal de políticas. Y las regulaciones deberían prohibir que se arrojen plásticos en rellenos sanitarios y la incineración de plásticos, forzando el desarrollo de un sistema de reciclado de plásticos completo.
Ninguna de estas políticas es anticapitalista. Por el contrario, son las políticas que necesitamos para liberar el poder del capitalismo para resolver el problema. Una vez que se hayan implementado precios y regulaciones claros, la competencia de mercado y la motivación económica impulsarán la innovación, y las economías de escala y los efectos de la curva de aprendizaje harán que bajen los costos de tecnologías de carbono cero. Y si no liberamos ese poder, casi con certeza nos resultará imposible contener el cambio climático.
Quienes creen en una economía de mercado están consternados por las voces radicales que sostienen que el capitalismo es incompatible con una acción climática efectiva. Pero a menos que los defensores del capitalismo respalden la creación inmediata de metas y políticas mucho más ambiciosas para alcanzar emisiones de cero neto a mediados de siglo, no deberían sorprenderse si cada vez más gente cree que el capitalismo es el problema y no parte de la solución. Tendrán razón de hacerlo.
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Over time, as American democracy has increasingly fallen short of delivering on its core promises, the Democratic Party has contributed to the problem by catering to a narrow, privileged elite. To restore its own prospects and America’s signature form of governance, it must return to its working-class roots.
is not surprised that so many voters ignored warnings about the threat Donald Trump poses to US institutions.
Enrique Krauze
considers the responsibility of the state to guarantee freedom, heralds the demise of Mexico’s democracy, highlights flaws in higher-education systems, and more.
LONDRES – Este año, la evidencia de que el calentamiento global está sucediendo, y de que las consecuencias para la humanidad podrían ser severas y potencialmente catastróficas, se ha vuelto más contundente que nunca. Temperaturas globales récord en junio y julio. Olas de calor sin precedentes en Australia y la India, con temperaturas por encima de los 50°C. Enormes incendios forestales en el norte de Rusia. Todas estas cosas nos dicen que nos estamos quedando sin tiempo para recortar las emisiones de gases de efecto invernadero y contener el calentamiento global al menos a niveles controlables.
La respuesta ha sido una creciente demanda de una acción radical. En Estados Unidos, quienes proponen el Nuevo Trato Verde sostienen que Estados Unidos debería ser una economía con cero emisiones de carbono para 2030. En el Reino Unido, los activistas del movimiento “Extinction Rebellion” exigen lo mismo para 2025 y han alterado seriamente el transporte de Londres a través de formas muy efectivas de desobediencia civil. Y el argumento de que evitar un cambio climático catastrófico requiere rechazar al capitalismo está ganando terreno.
Frente a esta creciente ola de radicalismo, las empresas, los grupos empresarios y otras instituciones del establishment instan a ser precavidos y tomar medidas más cautelosas. Alcanzar emisiones cero en 2030, sostienen, sería inmensamente costoso y exige cambios en los niveles de vida que la mayoría de la gente no aceptará. Las acciones ilegales que alteren la vida de los demás, se dice, minarán el apoyo popular a medidas necesarias. Un camino más razonable y gradual de reducción de las emisiones sería mejor y, al mismo tiempo, impediría la catástrofe, mientras que los instrumentos de mercado que operan dentro del sistema capitalista podrían ser palancas poderosas de cambio.
Estos contraargumentos son sólidos. Los costos de alcanzar una economía con cero emisiones de carbono aumentarán drásticamente si intentamos llegar a ese punto en diez años, no en treinta. La mayoría de las formas de bienes de capital naturalmente necesitan una sustitución en un lapso de 30 años, de manera que un traspaso a nuevas tecnologías en ese período constaría relativamente poco, mientras que un traspaso en diez años exigiría que las empresas amortizaran grandes cantidades de activos existentes.
El progreso tecnológico –ya sea en paneles solares fotovoltaicos, baterías, biocombustibles o diseño de aviones- hará que resulte mucho más económico recortar emisiones en 15 años que ahora. Y la motivación económica está incitando a los capitalistas de riesgo a hacer enormes inversiones en las nuevas tecnologías requeridas para permitir una economía con cero emisiones de carbono.
Mientras tanto, los mecanismos de mercado descentralizados como la asignación de un precio al carbono son esenciales para impulsar el cambio en sectores industriales clave, dada la multiplicidad de posibles vías hacia la descarbonización. La planificación socialista no será tan efectiva: Venezuela es un desastre no sólo ambiental sino también social. Y existe un peligro real de que una acción excesivamente rápida pueda hacer perder respaldo popular. Después de todo, el movimiento de los gilets jaunes (chalecos amarillos) en Francia fue provocado por incrementos impositivos destinados a que los autos que funcionan a diésel costaran más, pero se impusieron en un momento en que los vehículos eléctricos todavía no son lo suficientemente baratos y aún no representan una alternativa viable para personas menos acomodadas que viven fuera de las grandes ciudades.
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Hoy se requiere una acción masivamente acelerada. Todas las economías desarrolladas deberían comprometerse a alcanzar emisiones netas de carbono cero para 2050. Y cero debe significar cero, sin ninguna pretensión de que podemos seguir quemando grandes cantidades de combustibles fósiles a fines del siglo XXI, compensadas por cantidades igualmente grandes de captura y almacenamiento de carbono.
Las economías en desarrollo deberían llegar a ese punto en 2060 como muy tarde. Eso haría que siguiéramos siendo vulnerables a un cambio climático significativo e inevitable, pero la ciencia climática sugiere que sería suficiente para evitar una catástrofe. Y como describió la Comisión de Transiciones Energéticas en su reciente informe Misión Posible, todavía es posible alcanzar ese objetivo a un costo económico relativamente bajo, siempre que adoptemos sin demora las políticas necesarias para impulsar un cambio rápido.
Deberían introducirse impuestos al carbono en un nivel lo suficientemente alto, y también deberían anunciarse los futuros incrementos con mucha anticipación, para impulsar los planes de inversión de varias décadas necesarios para descarbonizar la industria pesada. Los aranceles de carbono deberían utilizarse para impedir que la industria se vea perjudicada por importaciones de países que no aplican precios del carbono adecuados. Las aerolíneas deberían enfrentar incrementos constantes del precio del carbono o regulaciones que les exijan utilizar una proporción creciente de combustibles de carbono cero de fuentes claramente sostenibles. El porcentaje del 100% debería alcanzarse antes de 2050.
Instrumentos categóricos pero efectivos –como prohibir nuevas ventas de autos con motores a combustión interna a partir de una fecha futura determinada, como 2030- también deberían ser parte del arsenal de políticas. Y las regulaciones deberían prohibir que se arrojen plásticos en rellenos sanitarios y la incineración de plásticos, forzando el desarrollo de un sistema de reciclado de plásticos completo.
Ninguna de estas políticas es anticapitalista. Por el contrario, son las políticas que necesitamos para liberar el poder del capitalismo para resolver el problema. Una vez que se hayan implementado precios y regulaciones claros, la competencia de mercado y la motivación económica impulsarán la innovación, y las economías de escala y los efectos de la curva de aprendizaje harán que bajen los costos de tecnologías de carbono cero. Y si no liberamos ese poder, casi con certeza nos resultará imposible contener el cambio climático.
Quienes creen en una economía de mercado están consternados por las voces radicales que sostienen que el capitalismo es incompatible con una acción climática efectiva. Pero a menos que los defensores del capitalismo respalden la creación inmediata de metas y políticas mucho más ambiciosas para alcanzar emisiones de cero neto a mediados de siglo, no deberían sorprenderse si cada vez más gente cree que el capitalismo es el problema y no parte de la solución. Tendrán razón de hacerlo.