Imágenes del panorama urbano de la ciudad de Beijing aparentemente inmersa en un caldo de humo y niebla han conformado un espectáculo común en las pantallas de televisión del mundo en los últimos días y semanas. Periodistas extranjeros con detectores portátiles de contaminación ambiental han venido apareciendo en las esquinas verificando los niveles de hollín y polvo. Todos parecen ansiosos por demostrar que el aire de la ciudad será un factor decisivo y debilitante para uno de los eventos deportivos de más alto perfil del mundo.
Sin duda, Beijing enfrenta un desafío gigantesco. Existen preocupaciones reales y comprensibles por la salud de los competidores, especialmente aquellos que participan en pruebas de resistencia y largas distancias como el ciclismo y la maratón.
Pero el foco frenético actual se caracteriza por una considerable amnesia. Después de todo, la contaminación ambiental fue una preocupación importante en Los Angeles hace 24 años, aunque pocos ahora parecen recordar la dramática escena al final de la maratón de mujeres, cuando se la vio a la competidora suiza tambaleándose y tropezándose como consecuencia del agotamiento, el calor y, tal vez, los efectos de la contaminación ambiental. Y la calidad del aire también fue un problema en los subsiguientes Juegos Olímpicos de Barcelona, Atlanta, Seúl y Atenas.
De modo que el debate sobre los Juegos de Beijing merece más justicia de la que recibe.
De hecho, el Comité Organizador de Beijing, la ciudad en general, el gobierno y las seis provincias involucradas han obtenido logros reales y, es de esperarse, perdurables. Esto es muy destacable si se lo vincula con el crecimiento económico de dos dígitos de la ciudad y el hecho de que los Juegos se están organizando en un país en desarrollo, con todos los desafíos sociales, económicos, sanitarios y ambientales que esto conlleva.
Por ejemplo, en los últimos siete años se cerraron unas 200 fábricas contaminantes, se las obligó a adoptar nuevos tipos de producción más limpia o se las desplazó fuera de la ciudad. Es más, gracias a una inversión de 17.000 millones de dólares, hoy se trata más del 90% de las aguas servidas de la ciudad, más del 50% de la ciudad está arbolado y el gas natural representa más del 60% de la generación de energía, comparado con aproximadamente el 45% en 2000.
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Mientras tanto, este año comenzaron a funcionar ocho nuevas líneas férreas, que cubren 200 kilómetros con una capacidad diaria cercana a los cuatro millones de personas, además de ponerse en marcha 60 kilómetros de líneas de autobús. Los nuevos niveles de emisiones vehiculares cumplen con las más rigurosas normas europeas equivalentes, y son superiores que en Estados Unidos.
Por otra parte, 50.000 taxis viejos y 10.000 autobuses han sido reemplazados, y 4.000 de los nuevos autobuses funcionan a gas natural –actualmente, la flota más grande de su tipo en el mundo-. En los últimos días, las autoridades también les han exigido a las empresas que escalonaran la jornada laboral antes, durante y después de los Juegos para reducir los volúmenes de tránsito, además de un puñado de otras medidas destinadas a reducir el tránsito.
Asimismo, hay que considerar la atención brindada a los detalles ecológicos en las sedes olímpicas mismas, que incluyen la Villa Olímpica de 400.000 metros cuadrados, donde se utiliza agua recuperada de la planta de tratamiento residual de Qinghe para los sistemas de calefacción y refrigeración, lo que resulta en un ahorro aproximado del 60% en el consumo de energía.
Sólo el tiempo dirá si todas estas medidas reducirán la contaminación ambiental a niveles aceptables. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente seguramente hará foco en esto en su informe post-Juegos, que se basará en el informe inicial emitido en 2007.
Pero es evidente que Beijing está luchando por formar parte del Equipo Verde, al abrazar normas ambientales que hoy son centrales para el movimiento olímpico, y que cada vez más son parte de otros grandes eventos deportivos, como los Objetivos Verdes para las Copas Mundiales de la FIFA de 2006 y 2010.
La mayor conciencia pública, la capacidad de exhibir nuevas maneras -y más sostenibles- de planificar el ambiente urbano y el legado de sistemas de energía y de transporte y otro tipo de infraestructura más amigables con el medio ambiente tampoco deberían subestimarse.
La humanidad actualmente está involucrada en una competencia urgente y de amplio alcance que contrapone la necesidad de insertar una “economía verde” del siglo XXI con la rápida implosión de nuestro clima y los sistemas de sustento de la vida natural. Las posibilidades catalíticas e inspiradoras de acontecimientos como las Olimpíadas tienen, por lo tanto, un papel más amplio para desempeñar -un papel que podría servir para impedir que nos tambaleemos y sucumbamos bajo el peso de nuestra degradación ambiental.
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From a long list of criminal indictments to unfavorable voter demographics, there is plenty standing between presumptive GOP nominee Donald Trump and a second term in the White House. But a Trump victory in the November election remains a distinct possibility – and a cause for serious economic concern.
Contrary to what former US President Donald Trump would have the American public believe, no president enjoys absolute immunity from criminal prosecution. To suggest otherwise is to reject a bedrock principle of American democracy: the president is not a monarch.
explains why the US Supreme Court must reject the former president's claim to immunity from prosecution.
When comparing Ukraine’s situation in 2024 to Europe’s in 1941, Russia’s defeat seems entirely possible. But it will require the West, and the US in particular, to put aside domestic political squabbles and muster the political will to provide Ukraine with consistent and robust military and financial assistance.
compare Russia's full-scale invasion to World War II and see reason to hope – as long as aid keeps flowing.
Imágenes del panorama urbano de la ciudad de Beijing aparentemente inmersa en un caldo de humo y niebla han conformado un espectáculo común en las pantallas de televisión del mundo en los últimos días y semanas. Periodistas extranjeros con detectores portátiles de contaminación ambiental han venido apareciendo en las esquinas verificando los niveles de hollín y polvo. Todos parecen ansiosos por demostrar que el aire de la ciudad será un factor decisivo y debilitante para uno de los eventos deportivos de más alto perfil del mundo.
Sin duda, Beijing enfrenta un desafío gigantesco. Existen preocupaciones reales y comprensibles por la salud de los competidores, especialmente aquellos que participan en pruebas de resistencia y largas distancias como el ciclismo y la maratón.
Pero el foco frenético actual se caracteriza por una considerable amnesia. Después de todo, la contaminación ambiental fue una preocupación importante en Los Angeles hace 24 años, aunque pocos ahora parecen recordar la dramática escena al final de la maratón de mujeres, cuando se la vio a la competidora suiza tambaleándose y tropezándose como consecuencia del agotamiento, el calor y, tal vez, los efectos de la contaminación ambiental. Y la calidad del aire también fue un problema en los subsiguientes Juegos Olímpicos de Barcelona, Atlanta, Seúl y Atenas.
De modo que el debate sobre los Juegos de Beijing merece más justicia de la que recibe.
De hecho, el Comité Organizador de Beijing, la ciudad en general, el gobierno y las seis provincias involucradas han obtenido logros reales y, es de esperarse, perdurables. Esto es muy destacable si se lo vincula con el crecimiento económico de dos dígitos de la ciudad y el hecho de que los Juegos se están organizando en un país en desarrollo, con todos los desafíos sociales, económicos, sanitarios y ambientales que esto conlleva.
Por ejemplo, en los últimos siete años se cerraron unas 200 fábricas contaminantes, se las obligó a adoptar nuevos tipos de producción más limpia o se las desplazó fuera de la ciudad. Es más, gracias a una inversión de 17.000 millones de dólares, hoy se trata más del 90% de las aguas servidas de la ciudad, más del 50% de la ciudad está arbolado y el gas natural representa más del 60% de la generación de energía, comparado con aproximadamente el 45% en 2000.
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Mientras tanto, este año comenzaron a funcionar ocho nuevas líneas férreas, que cubren 200 kilómetros con una capacidad diaria cercana a los cuatro millones de personas, además de ponerse en marcha 60 kilómetros de líneas de autobús. Los nuevos niveles de emisiones vehiculares cumplen con las más rigurosas normas europeas equivalentes, y son superiores que en Estados Unidos.
Por otra parte, 50.000 taxis viejos y 10.000 autobuses han sido reemplazados, y 4.000 de los nuevos autobuses funcionan a gas natural –actualmente, la flota más grande de su tipo en el mundo-. En los últimos días, las autoridades también les han exigido a las empresas que escalonaran la jornada laboral antes, durante y después de los Juegos para reducir los volúmenes de tránsito, además de un puñado de otras medidas destinadas a reducir el tránsito.
Asimismo, hay que considerar la atención brindada a los detalles ecológicos en las sedes olímpicas mismas, que incluyen la Villa Olímpica de 400.000 metros cuadrados, donde se utiliza agua recuperada de la planta de tratamiento residual de Qinghe para los sistemas de calefacción y refrigeración, lo que resulta en un ahorro aproximado del 60% en el consumo de energía.
Sólo el tiempo dirá si todas estas medidas reducirán la contaminación ambiental a niveles aceptables. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente seguramente hará foco en esto en su informe post-Juegos, que se basará en el informe inicial emitido en 2007.
Pero es evidente que Beijing está luchando por formar parte del Equipo Verde, al abrazar normas ambientales que hoy son centrales para el movimiento olímpico, y que cada vez más son parte de otros grandes eventos deportivos, como los Objetivos Verdes para las Copas Mundiales de la FIFA de 2006 y 2010.
La mayor conciencia pública, la capacidad de exhibir nuevas maneras -y más sostenibles- de planificar el ambiente urbano y el legado de sistemas de energía y de transporte y otro tipo de infraestructura más amigables con el medio ambiente tampoco deberían subestimarse.
La humanidad actualmente está involucrada en una competencia urgente y de amplio alcance que contrapone la necesidad de insertar una “economía verde” del siglo XXI con la rápida implosión de nuestro clima y los sistemas de sustento de la vida natural. Las posibilidades catalíticas e inspiradoras de acontecimientos como las Olimpíadas tienen, por lo tanto, un papel más amplio para desempeñar -un papel que podría servir para impedir que nos tambaleemos y sucumbamos bajo el peso de nuestra degradación ambiental.