tb3883c.jpg Tim Brinton

Un mundo de cisnes negros

BERLIN – En la crisis financiera actual, la imagen de un cisne negro ha pasado a ser un símbolo para lo que, pese a parecer imposible, llega a suceder de algún modo y deja el mundo patas arriba. Este año va a brindarnos amplia oportunidad de examinar los cisnes negros que ya se encuentran entre nosotros y prepararnos para la llegada de otras más.

En noviembre, por ejemplo, se cumplirá el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín. La noche del 9 de noviembre de 1989 señaló el comienzo del fin de la Unión Soviética y su imperio y, por tanto, también del mundo bipolar que durante cinco decenios había dividido a Alemania y a Europa. Un año antes, pocas personas consideraban aquel acontecimiento que sacudió el mundo una posibilidad siquiera remota y, sin embargo, sucedió y el mundo cambió casi de la noche a la mañana.

Después de la desaparición de la Unión Soviética y del orden mundial bipolar, el victorioso capitalismo occidental, bajo la dirección de la única potencia mundial, los Estados Unidos, imperó en la política mundial y más aún en la economía mundial. Nada ni nadie podía frenar el triunfo mundial del mercado, que transcendía todos los límites anteriores de la riqueza, es decir, hasta el 15 de septiembre de 2008, la fatídica fecha en que Lehman Brothers quebró y comenzó el desplome del sistema financiero mundial.

Mientras un mundo consternado sigue intentando entender las consecuencias de este colapso mundial para mitigar sus repercusiones, ya se oye al próximo cisne negro: el desastre climático mundial.

Parece ser propio de la naturaleza humana negar obstinadamente la posibilidad de grandes crisis o al menos quitarles importancia. “Imposible” o “no será tan grave” son las dos formulas mágicas a las que solemos recurrir.

Y nos negamos a aprender la lección del cisne negro, ¡incluso cuando el siguiente está ya visible para todos! Aunque las generaciones hoy vivas han presenciado dos crisis totalmente inesperadas y de proporciones épicas durante los veinte últimos años, caemos en una escandalosa desatención colectiva de un desastre climático de consecuencias mucho más graves y previsibles.

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Pero, en realidad, combinando las respuestas a las crisis climática y económica mundiales, podemos encontrar una salida para las dos. Las soluciones para la crisis climática son ya conocidas, existen fondos disponibles y también tecnologías o, en los casos en que no, se podrían crear. Lo que falta es la visión estratégica y la acción decidida de los principales protagonistas políticos.

En cuanto a la crisis económica, se han preparado o aplicado rescates y planes de estímulo que ascienden a miles de millones de dólares, euros, yenes o yuanes para contener un mayor desplome de la economía mundial, pero, si bien las referencias a la Gran Depresión están justificadas, la enseñanza que se desprende de aquella crisis y del Nuevo Trato es la de que los programas eficaces, en el mejor de los casos, pueden amortiguar la caída y propiciar la estabilización. La recuperación económica real –y ésta es la mala noticia– no llegó hasta la segunda guerra mundial y la larga Guerra Fría que siguió.

En lugar de depender de la guerra como megaproyecto económico para acabar con la recesión actual, la comunidad internacional debe apostar por la lucha contra la crisis climática, porque la mundialización continuará y  aumentará rápidamente las amenazas al clima mundial.

En 1929, vivían en el planeta un poco más de dos mil millones de personas; hoy hay 6.700 millones y en 2050 habrá nueve mil millones. Todos ellos, gracias a la mundialización y las nuevas tecnologías de la comunicación, se esforzarán por conseguir el mismo nivel de vida más o menos, de lo que necesariamente se derivará un ecosistema mundial al límite de su capacidad.

La cuestión de si utilizar carbón o energía nuclear ha dejado de ser apropiada; sin un gran avance en materia de energías renovables, no se puede atender la demanda mundial de energía, por no hablar de los peligros de un nuevo Chernóbil.

Incluso hoy podemos ver adónde se dirige el mundo: China tiene ya el más ambicioso plan de ampliación de la energía nuclear y todos los años construye centrales eléctricas de carbón, ¡cuya producción de electricidad equivale, aproximadamente, a la capacidad de toda la red eléctrica británica!

Así, pues, el cisne negro de la crisis climática está preparándose ya para aterrizar. Para luchar eficazmente contra la crisis climática, es necesaria nada menos que una revolución verde de la economía mundial, el megaproyecto del siglo XXI.

Sólo las naciones ricas de Europa, los Estados Unidos y el Japón pueden pagar las necesarias inversiones en los países en ascenso, pero la revolución verde debe entrañar algo más que un gasto de fondos; debe consistir también en leyes y normas, como, por ejemplo, regulación política y nuevas tecnologías, además de nuevos productos y mercados, que significan nuevas oportunidades económicas.

Este año, se negociará en Copenhague un nuevo acuerdo mundial sobre el clima para substituir el Protocolo de Kyoto. Se trata de la última oportunidad real de impedir que aterrice el próximo cisne negro, pero debemos entender que la reunión de Copenhague es también una gran oportunidad de reactivar la economía mundial.

Todas las potencias relevantes del siglo XXI están representadas en el G-20 y deben considerar que también es deber suyo lograr que la reunión de Copenhague tenga éxito. Esta vez, a diferencia de lo sucedido en la reunión del G-20 en Londres, deben desempeñar su función adecuadamente tanto para proteger nuestro clima como para poner de nuevo en marcha la economía mundial.

https://prosyn.org/HvgUDcges